Las lágrimas de Achraf Sabir conmocionaron a toda España cuando era conducido al espigón del Tarajal para ser devuelto a Marruecos por miembros del Ejército. Con unas botellas de plástico a modo de flotador, este adolescente de 16 años había conseguido cruzar a Ceuta en plena crisis de mayo. Su historia, captada por los medios de comunicación, terminó dando pie a una denuncia presentada en Fiscalía para investigar la responsabilidad de ese acto, el acto sobre un niño del que ahora todos se han olvidado.
Achraf ha vuelto a las andadas. Escapó de Casablanca, en donde le habían prometido pagarle sus estudios de peluquería y el alquiler de una vivienda a través de una oenegé. Ahora se encuentra en Tánger intentando hacer risky, colarse en un barco sin ser visto para llegar a España.
“No quiero estar en Marruecos, sé lo que es esto, aquí no hay nada”, explica al otro lado del teléfono este adolescente a quien El Faro de Ceuta ha localizado y que no quiere atender llamadas ni de familiares ni conocidos porque, asegura, no va a cambiar de opinión y escucharlos le hace daño. Su obsesión, insiste, es ir a España y pretende hacerlo introduciéndose en alguno de los barcos. De no conseguirlo, asegura, llegará al otro lado del Estrecho de cualquier forma. En su periplo clandestino le acompaña otro menor. Ambos han desatendido las insistentes llamadas de sus familias para que se queden en sus hogares. Achraf insiste en que irá a España sí o sí. Ofuscado ante los consejos para que regrese al hogar en donde le espera la mujer que lo ha criado, Miluda, aclara que no va a regresar a su hogar, que su idea es colarse en un barco o buscar la manera de escapar. Su conversación con El Faro dura escasos minutos, no quiere cambiar de opinión ni quiere atender las constantes llamadas que le están haciendo sus familiares directos.
Achraf no conoció a su madre biológica. Quien posteriormente lo adoptó murió y, finalmente, terminó siendo criado por Miluda en Casablanca. Ella explica también a El Faro, nerviosa, que el adolescente no quiere quedarse en Marruecos, que le ha insistido para que permaneciera en casa pero que su obsesión es cruzar a España. Ya, el joven ni le responde al teléfono. La angustia y los nervios son los propios de quien pierde a quien es como su hijo.
Cuando las lágrimas de Achraf y sus gritos rogando no ser devuelto a Marruecos coparon portadas de medios de comunicación, se activaron los mecanismos para buscar una salida para quien era uno de tantos adolescentes que protagoniza esa inmigración infantil constante e imparable. Una oenegé le buscó un alojamiento en donde vivir, abonándole los cursos de formación de peluquería. Ese era el sueño del joven, cuyo perfil de Facebook viene ilustrado por la fotografía de aquella entrada a nado, llorando y arropado por un puñado de botellas.
Hace 15 días que Achraf se marchó de casa decidido a hacer risky, rompiendo con todas las previsiones que se habían hecho para darle un futuro alternativo en su país. Su intención es clara, se marchará y por mucho que se le insista en lo contrario él, asegura, lo tiene claro. Las imágenes de aquellos compatriotas que exhiben un modo de vida distinto en Europa provocan este tipo de reacciones, ese deseo de emular una vida diferente. Achraf asegura que nunca tendrá un futuro mejor en Marruecos, sabe lo que es la penuria desde pequeño al haber sufrido cambios de hogares y vivir con las condiciones más ajustadas. Por eso, aquel mes de mayo en el que su propio país animó a los menores de todo Marruecos a entrar en Ceuta, este adolescente se hizo un flotador con botellas de plástico y nadó cruzando el espigón, topándose con un muro vestido de uniforme militar que fue quien le entregó de vuelta a su hogar, a pesar de los lamentos para que no se diera ese paso.
La Fiscalía sigue con la investigación tras la denuncia presentada por una oenegé tras esa actuación. Lo último que se supo es que la Comandancia General no había respondido a las cuestiones planteadas por el Ministerio Público sobre quién dio las órdenes para aquella entrega.
Ahora ya no hay espigón ni botellas, solo un intento a la desesperada por colarse en uno de los ferry o, si fracasa en el intento, echar mano de cualquier embarcación para escapar. El futuro de Achraf parece no querer desligarse de un periplo clandestino que no lo deja solo, que ha hecho fracasar el proyecto de vida que se tejió junto a él y que es su única aspiración.
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