Llámenme pesada, porque lo soy. Con los niños… superpesada. Cuando son chicos les voy quitando obstáculos, como si me fuera la vida en ello y, hasta ahora, sólo la niña se me ha chocado, resultado brecha de dos puntos, cuando la dejé al cuidado de los hermanos mayores y le dio por impactar contra el suelo, Abusos intencionados en pleno vuelo descendente, desde mi cama, botando al cielo raso.
“Mamaaaaaa”, gritaba el segundo de mis hijos con ella en brazos, sangrando, totalmente descompuesto.
“¿Ni un segundo podéis estar tranquilos?”, les dije, sin gritar, porque la sangre me da frialdad y sobre todo, el hecho consumado.
Sé que estas cosas pueden pasar, aun cuando estás atento. Sé que pueden pasarle a cualquiera, pero me cabrean que pasen, porque me parece falta de atención y dejadez. He visto decenas de veces , en urgencias, de visita con mi hijo asmático, asfixiándose por barras o cuando le zumbaban en el cole o cuando se cayó ,el segundo de la piola, en clase de gimnasia, padres que pretextan que el niño se ha hecho una brecha porque es superinquieto y a mí se me destempla la paciencia que no tengo y estoy a punto de vocearles algo muy feo, porque siempre me parece que debemos cuidarles más y portarnos, aún mejor con ellos.
En lo de ir mis niños a casas de otros, de pequeños o quedarse a dormir con gente que no conozco bien, ni les cuento, que es misión imposible, en mi caso y recíprocamente mal visto, en el lado contrario, del ofrecimiento, porque hay gente que no entiende que deniegues una invitación para dormir los críos, en casa ajena, porque hacen del turismo infantil , entre casas de amigos, una forma de vida societaria.
A mí me gusta saber que mis hijos están cuidados y, como viendo, leyendo o escribiendo de noticias que se relacionan con los niños sé que hay mucho anormal suelto, pues no se me multiplica, sino que se me divide, una confianza en el género humano que tenía –ya– muy perdida.
No se crean que soy rara avis sino que bomberos, policías, sanitarios y gente que está en primera fila de esa sociedad que no vemos, porque no queremos verla o no incidimos en verla, también lo piensan.
Cuando a mi hija de 6 años la invitan a una casa, imagino cómo me sentiría si le pasase algo malo. Inmediatamente lo paso mal, porque no sé si la privo de algo que tal vez sea beneficioso para ella, pero cuando leo que a dos niñas les roban su niñez, abusando de ellas, un amigo de la familia en el que confiaban, digo en mi fuero interno.. “ves, ves”, porque los degenerados éstos no van con la banderita subida, como antiguos taxis libres, por lo que no se ven, enmascarados tras un disfraz , casi perfecto, que sólo se destruye cuando el daño ya está hecho.
La vida debe ser vivida y no puedes tener a tus hijos tras una burbuja que les proteja, es cierto, sólo quizás esperar a que sean lo suficientemente fuertes para que ellos sepan defenderse por sí mismos, para que depredadores ávidos de carnaza pequeña e indefensa no les venga a molestar, a importunar su inocencia, lastrando su futuro, mancillando todo lo que son, todo lo humano, que hay en ellos.
Es difícil saber dónde está el mal, en qué punto del camino pueden encontrarse con el lobo de Caperucita, pero lo que sí podemos es hacerles fuertes, conversar con ellos, darles seguridad mental, con fianza en sí mismos, para que salga ilesos, de los malos trances.
Sé que soy una madre pesada, superprotectora y pejiguera, porque el daño se me clava en el alma y no puedo arrancármelo jamás. Lo sé… es egoísmo puro, es querer por encima de todas las cosas, poner a salvo a tu cría. Lo que pasa es que lo tengo asumido y ya no me da miedo decirlo.