El partido de los cavernícolas, que responde a las siglas PP, está a un paso de consumar una nueva proeza involucionista. Los recalcitrantes liberticidas, en su desenfrenado viaje al más tenebroso pasado, han decidido imponer su absurda y caduca moral también en el ámbito íntimo por antonomasia que es, sin duda, el ejercicio de la maternidad. El avance del conjunto de la sociedad, reconociendo el derecho de la mujer a gestionar libre y responsablemente su capacidad de gestación, ha sido bruscamente truncado en nombre de delirantes principios abstractos completamente alejados de la realidad de los ciudadanos. Fundamentan su voluntad represora en la defensa de la vida, situando el origen de ésta a su antojo. Alegan que la vida humana comienza en el momento de la fecundación. Se trata, sin duda, de un argumento hiperbolizado que esconde la auténtica intención machista de condenar a la mujer a la posición subordinada de mero aparato reproductor. Es la ética de la alpargata. Si realmente pensaran así, tendrían explicar por qué no entierran también con su correspondiente ceremonia los restos de los abortos naturales que se producen (algunos de días).
Quien impone la maternidad demuestra, además de una supina ignorancia, una extrema crueldad. Estos soberbios émulos de la deidad, se atribuyen la facultad de arrebatar a la mujer un componente esencial de su libertad. Son unos hipócritas sin escrúpulos. Saben perfectamente que no han prohibido el aborto. Lo han recluido, de nuevo, en la clandestinidad. La mujer que decide abortar, lo hace. Cualquier persona que tenga interés en aproximarse a este problema, entiende la dura (durísima) batallas interna que libra una mujer que se plantea interrumpir su embarazo. Es un fuerte (fortísimo) conflicto emocional, en el que se mezclan y entremezclan sentimientos tas poderosos como la angustia, la frustración, el miedo, el vacío, el amor, la amargura, la desesperanza. Pocas situaciones presentan un grado de complejidad psicológica tan elevado como la tesitura de una mujer en la soledad de su conciencia frente a sí misma. Porque la maternidad es una extensión de su propio ser, y renunciar a ella sólo es tristemente asumido una vez superado un exigente examen de responsabilidad. Por eso, cuando la meditada decisión está adoptada, es irreversible. No hay obstáculos que la detengan. Siempre ha sido así. En todo tiempo, lugar y circunstancia. En el nuevo escenario impuesto por la derecha en estado de excitación, el aborto se convertirá en un negocio para las clínicas clandestinas, someterán a las mujeres sin recursos a sufrir, además, la penitencia del riesgo de su propia integridad física. Pero abortarán. Las mujeres de moral conservadora, de toquilla y crucifijo, también abortarán; pero lo harán en vergonzante silencio y en otro país.
Se necesita una reacción contundente e inmediata. Tenemos que parar el franquismo, cada vez más crecido, cada vez más arrogante, cada vez más agresivo. Aunque en muchas ocasiones parezca una exageración, lo cierto es que vivimos aún prisioneros de la pegajosa herencia de la dictadura. De otro modo no se podría entender que tengan mayoría absoluta en el congreso unos individuos con una mentalidad tan retrógrada que parecen salidos de las tinieblas de la historia.
Si la ciudadanía no toma conciencia del peligro que supone esta ideología tan viciada como obsoleta para el futuro de nuestro país, corremos un serio riesgo de ruptura generacional, muy difícil de restañar. Descatalogados. Una sociedad moderna, inspirada en los valores democráticos, no es compatible con un código moral sepultado por la evolución de los tiempos. La empresa común debe ser recuperar, antes de que sea demasiado tarde, la libertad como epicentro de la convivencia.