Si la Ley de Memoria Histórica, propuesta por el Partido Socialista, como una idea personal del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y aprobada el 31 de octubre de 2007, consistía en derrumbar con cerril salvajidad todo indicio que huela al régimen que durante cuarenta años dirigió el dictador Francisco Franco, la aplicación de la misma ha resultado ser un rotundo éxito en Ceuta, presidida por el popular Juan Vivas.
Porque piedras despeñadas, yacentes en escalerillas selváticas, papeles, bolsas, latas de cerveza, preservativos, pintadas sobre el cemento gris, conforman la estampa actual del Monolito de San Amaro, el conocido ‘Llano Amarillo’ , ese edificio inaugurado el 12 de julio de 1940 en el valle de Ketama, Marruecos, traído y ubicado en Ceuta en 1962 y que constituía un autohomenaje a la labor de Franco desde su alzamiento en el poder.
¿Pero es la miseria actual el camino adecuado para avergonzarse de la Historia, para sentirse orgulloso de la misma o, simplemente, para mirar con mirada objetiva el pasado de un país llamado España?
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