María Milagrosa Martínez Guerrero y su entorno más próximo han pasado por uno de los peores trances a los que puede enfrentarse una familia ya que se sintieron “abandonados por nuestra sanidad” en la atención prestada a su padre por el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa), quien pudo perder la vida por una herida que comenzó en un pie y que, afirmó, no fue atendida debidamente. Una queja que se centra en los “protocolos establecidos”, en ningún caso “echamos la culpa a los profesionales”, aclaró, y que, en definitiva, quienes “sufrimos en última instancia somos los pacientes”.
La primera vez que Martínez llevó a su padre a Urgencias porque “perdía la fuerza completamente y tenía un pie hinchado” fue en Semana Santa de 2016. Hasta junio, acudió un par de veces más con él –ahora tiene 65 años–, pero “nunca le atendieron en condiciones ni me dijeron qué podía ser aquello”. Ya en julio, “empezamos con una herida pequeña que se le abrió a mi padre, diabético, en el pie al estar muy hinchado”.
En primer lugar, recordó la portavoz familiar, enviaron del ambulatorio a un enfermero que, reconoció, “hizo que se fuera cerrando esa herida y nos dio mucha información de qué hacer con ella”. Sin embargo, empezó un periodo de vacaciones y “él dejó de venir”. En su lugar, señaló Martínez, vinieron varios enfermeros, “cada uno con una forma de actuar ante esa herida”, con lo cual, “veíamos que no iba bien” así que que la familia pidió un “análisis de esa herida”. Como resultado: “Tenía una bacteria. Y fuimos al Hospital”.
Su padre quedó ingresado y, “tras 42 días en los que cada especialista se pasaba el tema de uno a otro”, a él “no le hacían nada”. El pie, aseguró, “lo estaba perdiendo y la infección seguía avanzando”. Como también tiene “muy delicado el corazón”, en el Hospital “no se atrevían a tocarlo”. Pero, tampoco, lamentó, “nos daban la posibilidad de ir a Cádiz”. Y ella, en su coche particular, reconoció que no se lo podía llevar “en las condiciones que estaba”. Se les sobrevino agosto encima, “mes en los que muchos especialistas estaban de vacaciones” y la situación, lamentó, volvió a repetirse. “Mi padre se llegó a enganchar a los analgésicos y al haloperidol de los dolores tan impresionantes que tenía”, subrayó.
Evacuación
Después de “mucho rogar y patear” los pasillos del Hospital, “siempre actuando de forma educada”, pidieron marcharse a Cádiz “sí o sí”. No obstante, “nos estuvieron dando largas diciéndonos que había en marcha una evacuación que nunca llegaba”. Mientras, a su padre, la infección “ya le había llegado al hueso”. Al final, resaltó, tuvieron que insistir, llamar a Cádiz, volver a ir a evacuaciones y, “después de mucho pelear, conseguimos que nos mandaran a Urgencias de Cádiz con una cita de ida y vuelta”.
Al llegar, comunicaron a la familia que en Ceuta “estaban perfectamente capacitados para amputar una pierna ya que esa herida se daba por perdida”. Pero se negaron a moverse de allí, sentenció. En primer lugar, porque en la ciudad autónoma, “hasta que no dijimos de irnos a Cádiz, no nos dijeron que la solución era amputar”. Por otra parte, como su padre tiene problemas cardíacos, en Ceuta tampoco estaban “preparados para amputar, ya que se podía quedar en la operación”. No existe en el Hospital Universitario, insistió Martínez, una cámara hiperbárica, un déficit que conocieron en la provincia vecina además de la “inseguridad” que les producía una hospitalización de 42 días “sin nada en claro”.
La portavoz familiar comunicó a uno de los internistas que si su padre no tenía solución, que se lo dijeran y lo afrontarían. “Pero, si había alguna posible solución, queríamos intentarla en Cádiz”, añadió. “Allí, en la Tacita de Plata, tuvimos la suerte de encontrar a un especialista que nos asesoró para que, por ninguna razón, nos devolvieran a Ceuta. Y después de 24 horas en Urgencias, le ingresaron. En 72 horas mi padre estaba amputado y vivo”, reconstruyó Martínez aquellos momentos en los que pensó que “no superaría la operación”. Pero la superó y cumplió 65 años en octubre.
Cuando regresaron a Ceuta, en el ambulatorio les indicaron que el muñón se curaba “con betadine” y que ellos mismos lo hicieran. “Nos sentimos una vez más abandonados por nuestra sanidad. Sanidad que toda la vida llevamos pagando porque somos una familia currante”, aseveró Martínez. Cuando tenían dudas llamaban al 061 que “se portaron muy bien en darnos información cada vez que lo hemos necesitado”.
Rehabilitación
Ahora tenían a su padre con una pierna amputada y se preguntaban si debía hacer rehabilitación o ejercicios en casa. Volvieron al hospital y su peregrinaje fue del especialista al médico de cabecera y viceversa. “Hasta que uno de ellos que no le competía nos hizo ‘el favor’ de darnos el volante para la rehabilitadora, explicó esta representante familiar.
Su padre recibió cita para diciembre, pero fue anulada porque “se dio de baja” y ésta pasó a febrero porque en el Hospital “solo hay una” rehabilitadora. Cuando pasaron por su consulta, “nos dijo que por qué no habíamos ido antes. Que desde septiembre mi padre debería haberse movido más”.
“Los protocolos de actuación que tienen no funcionan. Hay una descoordinación brutal. Y eso lo sabe cualquiera que haya estado ingresado, si ha tenido la suerte de salir bien parado (...) No pedimos milagros en el Hospital solo más humanidad”, expuso. “Aún nos queda mucho camino por recorrer, pero mi padre pudo cambiar una pierna por estar vivo junto a su familia y sus nietos que lo adoran. Y si mi padre está aquí con nosotros, no ha sido gracias la sanidad, sino a la perseverancia de su familia que ha luchado hasta el final”, concluyó.
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