“En Ceuta y en Melilla hay, en proporción, mucha más población en edad de trabajar y, mientras, cada vez resultará más difícil encontrar colocación en cantidad suficiente”.
El pasado viernes, bajo el título “El paro, un dato más”, la directora de este diario, Carmen Echarri, reflexionaba sobre el preocupante incremento del desempleo en nuestra ciudad, único lugar en el que ha crecido en abril, quejándose de una supuesta pasividad ante dicho problema y combatiendo los argumentos que se esgrimen como excusas para justificar tan difícil situación. 13.370 personas paradas en una ciudad cuyo censo de habitantes oscila ahora en el entorno de los 86.000 resulta, sin duda, una cifra exorbitante. En verdad, ni al regreso de personas que fueron a trabajar a la Península obligadas a volver a causa de la crisis se le puede atribuir tan elevada cifra, ni tampoco al hecho de que el atractivo de los Planes de Empleo lo haya provocado, aunque ambos factores han influido, sin duda, en el incremento de esa malhadada cifra.
Pero hay algo más que merece la pena plantear. Allá por el tercer cuarto de la segunda mitad del pasado siglo, Ceuta, con una población que oscilaba en tormo a los 70.000 habitantes, contaba con un interesante tejido industrial: diez fábricas de conservas de pescado y otras de guano, de cerveza, de impermeables, de medicamentos, de perfumes, de caramelos, de helados, de prendas para el Ejército, y algunas más.
Por su parte, el comercio era floreciente, crecido con el llamado “boom del bazar”, que atraía anualmente a cientos de miles de compradores peninsulares, así como con el llamado comercio atípico, que aún subsiste con problemas que se agudizan, en los polígonos del Tarajal. El puerto era en aquellos años el rey del Estrecho en el reglón del abastecimiento a buques. Además de CEPSA (que ahora está preguntando a sus trabajadores si quieren cambiar de aires, algo preocupante) y de DUCAR, estaba “Ybarrola”; había dos o tres remolcadores fijos y dos barcazas para suministrar en bahía, y crecía el número de consignatarios y de empresas dedicadas a proveer de víveres y otros artículos a los buques. Por añadidura, el sector pesquero, con numerosas traíñas que servían a la demanda local, se bastaba para dar trabajo a muchos pescadores.
El tejido industrial empleaba a centenares, quizás en torno a los mil trabajadores, pero las fábricas de conservas fueron cerrando, una tras otra. Ante la falta de materia prima, a consecuencia de la independencia de Marruecos, que dejó reducidas al mínimo las aguas donde poder pescar, lo que produjo, además, la paulatina reducción del sector pesquero, perjudicado también por la introducción en el mercado local de pesca procedente del vecino país, En el comercio, afectado primero por la apertura de la verja de Gibraltar en 1982 y posteriormente, en 1985, por la pérdida de competitividad como Territorio Franco que nos representó la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (hoy UE) había, sin duda, bastante más dependientes que ahora. Por su parte, la disminución del número de trabajadores en relación con la actividad portuaria, debida a la última causa invocada, es patente. Solo el cierre de Ybarrola dejó en la calle a unas cien personas. Otras industrias fueron cerrando por pérdida de clientela (“paraguayos” o tropa) o bien porque tropezaban con las reiteradas pegas aduaneras a la entrada en la península de sus productos, caso de la de medicamentos o la de perfumería, que acabaron trasladándose.
¿Se hizo algo desde Ceuta para paliar los efectos negativos que para esta ciudad originó la entrada de España en la UE? Pues sí. Se consiguió, no sin trabajo, la permanencia de nuestro especial régimen económico y fiscal afirmando así nuestro carácter de Territorio Franco, lo que podría permitir el mantenimiento del atractivo comercial en cuanto a productos procedentes de países orientales, y se regularon unas reglas de origen que servirían de atractivo para la instalación en Ceuta de industrias. Pero el “boom del bazar” se vino abajo, a causa de la posterior disminución de los aranceles aduaneros europeos para tales productos y la esperanza puesta en aquellas reglas de origen también decayó -cuando ya se habían establecido algunas industrias, como “Alice”, la pionera, de capital italiano, que llegó a tener setenta empleados- a consecuencia no solo de una fuerte presión por parte de industrias establecidas dentro del territorio aduanero de la UE, que nos consideraban competidores con ventaja, sino también de determinados funcionarios españoles a los que no acaba de entrarles en la mollera la legitimidad de nuestro especial régimen económico.
Ha pasado tiempo, y ahora la población de Ceuta ha crecido de forma inaudita, subiendo de aquellos 70.000 –entre los que se contaban muchas familias de militares que, con la reducción de la guarnición, se han ausentado- (otra fuente de riqueza disminuida) hasta los actuales 86.000, lo que supone casi un 25% de incremento. Es decir, que en medio siglo, mientras Ceuta perdía miles de puestos de trabajo, sus habitantes han aumentado, a consecuencia de una corriente migratoria que desde el vecino país, vino atraída por los mayores beneficios del estado de bienestar español, corriente que aún sigue produciéndose en menor escala y que, a su vez, ha ido teniendo hijos y nietos en número superior al ahora habitual en los países occidentales, de tal modo que mientras en éstos, incluida nuestra nación, se está invirtiendo la pirámide poblacional –cada vez menos niños y más personas mayores- aquí sucede lo contrario.
En Ceuta –y en Melilla- hay, en proporción, mucha más población en edad de trabajar que en cualquier otro lugar de España. Y mientras, por las causas invocadas, cada vez resultará más difícil encontrar colocación, al menos en cantidad suficiente para satisfacer tan gran demanda. Se nos ha destruido el tejido industrial (salvemos a la fábrica de chocolate): el sector pesquero casi ha desaparecido; el puerto ya no es lo que fue en el sector del avituallamiento a buques, dada la competencia actual en el Estrecho; el comercio perdió su atractivo para el visitante peninsular, y aunque venga turismo marroquí y aún se mantengan los polígonos del Tarajal, ha decaído sensiblemente.
Pero, paradójicamente, aquí se da una circunstancia que debe ser tenida en cuenta a la hora de considerar el problema del paro en Ceuta. Mientras en la totalidad de España el número de afiliados a la Seguridad Social ha descendido desde los 21 millones a los que llegó en 2007, año anterior a la crisis, hasta los 17.300.000 de ahora, en Ceuta había en diciembre de dicho año un total de 20.117 afiliados, y ahora, tras el descenso experimentado en abril pasado, 21.043. Se produce, pues, el fenómeno inverso al de la totalidad de España, donde el paro creció en más de 4 millones.
Sí, Ceuta ha perdido mucho, pero ha intentado impulsar su economía manteniendo su status de Territorio Franco y su favorable régimen fiscal, acudiendo al paliativo de los planes de empleo, consiguiendo las reglas de origen comunitarias, logrando en 2004 una notable rebaja en las cuotas a la Seguridad Social, y la esperanza en el nuevo PGOU, aunque sería tarea de titanes crear aquí suficientes puestos de trabajo para absorber la demanda existente, que, mucho me temo, irá en ascenso.
Lo escribí hace ya algún tiempo: Ceuta, sin recursos naturales y habiendo perdido competitividad, no puede ofrecer trabajo para todos. Somos demasiados.