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¿A quién importa el Tarajal?

Las avalanchas se han convertido en una estampa diaria en el paso más tercermundista que permite Europa. Sus víctimas no son solo los porteadores, a ellos se suman agentes, taxistas o comerciantes. Las autoridades, mientras, callan.

 

Mujeres que se afanan en evitar ser aplastadas por otras que persiguen el mismo objetivo: pasar un bulto como sea. Minusválidos (o no) que se suben encima de sillas de ruedas convertidas en improvisados coches de camalos.Invidentes que siguen una mano entre miles de gritos, convertidos en los señuelos para intentar pasar la frontera con mayor facilidad. Todo esto se repite a diario en la denominada frontera sur de Europa. Una suerte de kilómetros con una función puesta en entredicho porque el control que se le presupone es hoy por hoy inviable. Las avalanchas se repiten a diario, algunas con mayor carga trágica que otras, pero todas igual de peligrosas. Que no haya ocurrido hasta ahora alguna tragedia es un milagro. Las imágenes que a diario capta este medio a pie de frontera son difíciles de asimilar. ¿Pero cómo sucediendo esto, a diario, no se adoptan soluciones?, ¿cómo las autoridades locales, nacionales y europeas callan ante un paso tan tercermundista como inhumano?
Ayer el día fue algo más tranquilo en el paso. Marruecos permitió la salida gradual de bultos evitando de esta forma que se generaran avalanchas, pero esta decisión parece que no fue creída del todo por los camalos quienes decidieron emprender una nueva carrera hacia la frontera para sacar los bultos en bloque. Quizá temieron que la mano tendida por las autoridades marroquíes iba a durar bien poco, así que optaron por el método que, aunque arriesgado, les está resultando beneficioso, salir en avalancha.
Estas técnicas están dejando cientos de víctimas en el camino. Porque no solo los porteadores son protagonistas de esta situación. La situación del Tarajal afecta a muchos sectores. Los agentes del CNP y de la Guardia Civil están completamente desestabilizados. Su trabajo a pie de campo resulta una batalla diaria imposible de librar. Cuando llega una avalancha lo único que pueden hacer es correr para evitar ser atropellados por una masa que no piensa parar. Ni la UIP, ni la UPR, ni los GRS y patrullas de la Benemérita pueden controlar a cientos de personas movidos por un único fin. Los agentes confiesan que están hartos, que no pueden más, que no pueden hacer su trabajo. Sus críticas, salvo canalizadas por algún sindicato, tan solo salen reflejadas en este medio. Nuestros videos se pasan de móvil a móvil entre las fuerzas de seguridad, conscientes, a diario, del trabajo al que tienen que enfrentarse.
El servicio público ya no sabe ante quién protestar. Las avalanchas se suceden ante sus ojos. Cuando se producen los taxistas solo pueden intentar poner a buen recaudo sus vehículos y proteger los retrovisores. No ganan para repuestos. ¿Y los autobuses? Tienen que dejar a sus pasajeros cerca del Hospital al toparse con retenciones que se ven recrudecidas por las avalanchas.
En el mismo lado de los perjudicados se encuentran los transportistas, que ven imposibilitado su trabajo diario de traslado de mercancía a un polígono que queda completamente bloqueado. Por si fuera poco, denuncian que están siendo apedreados. Se sienten desprotegidos sin escolta policial. Y en medio de todos ellos los vecinos, cualquier ceutí que quiere cruzar la frontera o los trabajadores transfronterizos que denuncian que las autoridades marroquíes les mezclan en la entrada con los porteadores, lo que les obliga a esperar colas de horas de pie y llegar tarde a sus trabajos.
Ante esta situación que se lleva arrastrando meses, sorprende la callada por respuesta de las administraciones. Nadie se pronuncia al respecto ni tampoco se adoptan soluciones. Es como si el día a día en Tarajal ya se hubiera convertido en una estampa que, por repetida, ha terminado por ser asimilada. El caos convertido en costumbre.

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