4.00 horas. Madrugada de Navidad. Más de 400 inmigrantes intentan a la carrera entrar en Ceuta bordeando el espigón de Benzú: a nado, saltando la valla, trepando... La presión en Marruecos es horrible, cientos de subsaharianos han sido expulsados de los montes en las últimas semanas durante la práctica de batidas muy duras, algunos han sido trasladados a zonas alejadas del norte, otros han terminado con sus huesos en el desierto, los hay incluso que han muerto.
El bosque no es seguro, como tampoco lo son las casas de barrios como el tangerino de Boukhalef, de donde los subsaharianos tienen que moverse continuamente para evitar su detención.
Dos días antes de esta entrada masiva los inmigrantes preparaban su incursión en la ciudad, aunque en ella tuvieran que arriesgar sus vidas. Entradas al límite, así son las que se producen en una frontera sur de Europa que solo cobra espacio mediático con tragedias como la acontecida ayer. Durante toda la noche, mientras miles de ceutíes festejaban en familia los preludios de la Navidad, componentes de la Guardia Civil activaban las alarmas al detectar la presencia de un grupo importante de subsaharianos que empezaba a concentrarse en el bosque, el petit-forest. Las fuerzas españolas alertaron de lo que pasaba a las vecinas marroquíes, también de celebración por la fiesta del nacimiento del Profeta. En este escenario se iba a desarrollar la mayor entrada de inmigrantes registrada en lo que va de año.
182 varones consiguieron cruzar la línea, el resto no lo logró al ser frenado por las fuerzas marroquíes. En la arena de la playa de Beliones quedaron tendidos los cuerpos, sin vida, de dos jóvenes, posiblemente de origen camerunés, fallecidos por esa mezcla horrible de carreras, miedo, gritos, tensión y un mar desconocido que acostumbra a cobrar forma en demasiadas ocasiones en el espacio fronterizo. Sus cuerpos permanecieron durante horas, tapados por momentos solo por una sábana blanca, hasta que pasadas las 7.00 horas, los agentes marroquíes procedieron a llevárselos en unas camillas tras ordenar su levantamiento a la autoridad judicial. Ahora se encuentran en la morgue a la espera de su autopsia. Marruecos reconoció, a través de la agencia MAP, los fallecimientos y apuntó que los subsaharianos habían lanzado piedras y palos para repeler la acción de las fuerzas marroquíes.
La escena de la tragedia, de la muerte, se separaba solo por una valla de la otra, de la de los gritos, de la alegría, del Boza (la palabra que con euforia gritan los subsaharianos cada vez que logran su objetivo). A este lado de la valla, en plena playa de Benzú había subsaharianos heridos, tendidos en el suelo tras haber saltado la valla. Un numeroso grupo, el que bordeó el espigón por mar, quedó sobre una de las grandes piedras que hay cerca del arenal, sin atreverse a cruzar a tierra ante el miedo a ser expulsados. Voluntarios de Cruz Roja y agentes tuvieron que decirles en varias ocasiones que nada les iba a pasar, hasta que depusieron su actitud y cruzaron en fila india hacia la playa, repitiéndose la misma escena que pasó, en este mismo escenario de Benzú, un 3 de octubre, con la entrada de algo más de 80 subsaharianos.
El ERIE de Cruz Roja, activado desde las 4.00 horas, se ponía manos a la obra para atender a todos los heridos que se contaban por decenas. También las ambulancias del 061 acudieron al lugar, teniendo que compatibilizar el apoyo en frontera con otros servicios (a la misma hora se produjo, por ejemplo, un infarto, teniendo que desplazarse de urgencia para luego regresar a Benzú).
Pero en el mar todavía se iba a producir uno de los momentos más trágicos, en el que la participación, siempre clave, de los agentes de los GEAS de la Guardia Civil fue vital. Tres subsaharianos habían quedado en el mar, no podían alcanzar por sus propios medios ni las rocas ni la arena. Exhaustos, se rendían a unas olas que a punto estuvieron de atraparlos de no ser por la rápida y efectiva actuación de los GEAS. Sus agentes salvaron la vida a estos tres inmigrantes. Y lo hicieron porque sacaron sus cuerpos del agua prácticamente sin vida. Estaban medio muertos, se hundían y los componentes de los GEAS, a oscuras, en un escenario complejo de localización, consiguieron sacarlos y practicarles, sobre el terreno, las primeras técnicas de reanimación que después continuarían los sanitarios, hasta evacuarlos de urgencia al Hospital. Hoy, esas tres personas están a salvo, en el CETI, después de haber burlado a una muerte, con la complicidad clave de los GEAS, que los quería para sí. Tras el rescate, la unidad, al igual que el Servicio Marítimo, siguió rastreando la zona ante la posibilidad de que hubiera más cuerpos, labor que no cesó hasta que, con el amanecer, se comprobó que no.
Según confirmó anoche Ingesa, de los 12 inmigrantes que fueron evacuados al Hospital, todos ellos lo fueron abandonando de manera gradual. Habían ingresado por fracturas abiertas, hipotermia, cortes en tendones de las manos, heridas en la cabeza y en otras partes del cuerpo así como traumatismos craneoencefálicos de importancia que, al requerir de puntos de sutura o tratamiento más específico, obligaron a su traslado en ambulancias o bien de Cruz Roja o del 061. Sobre el terreno, el presidente de la entidad humanitaria, José Durán, explicaba a El Faro TV, el trabajo realizado por el ERIE recalcando la participación de los 25 voluntarios que se trasladaron y de muchos más que estaban en espera, dispuestos a colaborar si era necesario a pesar de ser una fecha tan significativa lo que agradeció de forma pública.
Conforme los inmigrantes iban siendo reconocidos, recibían ropa seca y calzado. Precisamente ésto era lo que más agradecían debido al frío soportado y al cansancio acumulado tras una entrada a la carrera, marcada por el pánico y el miedo. Envueltos en las típicas mantas rojas de Cruz Roja, esperaban su atención y reconocimiento para luego ser filiados por los agentes de la Benemérita.
En ese momento de espera, todavía quedaban por vivirse momentos de mucha emoción. Por la carretera de Benzú, cuatro internos del CETI corrían felices, gritando mientras hablaban a través de sus teléfonos móviles. Se estaban comunicando con sus amigos, en ese preciso instante estaban recibiendo la noticia de que lo habían logrado, de que estaban allí, muy cerca de ellos, todavía con frío, sin saber muy bien qué iba a ser de ellos, pero allí... tan cerca y a la vez tan lejos.
El Faro TV fue testigo de esos momentos de alegría que rompieron la cierta rutina del trabajo que estaban llevando a cabo agentes y sanitarios. Desde los cañaverales ubicados en la parte superior de la valla, los subsaharianos del CETI llamaron a gritos a sus compañeros que, envueltos en mantas de Cruz Roja, les repetían sus gritos, sus gestos y sus risas. De arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba... solo se oía una única palabra repetida hasta la saciedad como un permanente run-run: “¡Boza, Boza, Boza!”. Es el grito que dan los subsaharianos cuando llegan a su destino, con él reflejan su alegría por haberlo logrado. El ¡Boza! se escuchó en Benzú, en una barriada todavía dormida. Las voces de los subsaharianos recién llegados y de sus compañeros ya residentes del CETI se unían sin parar. Y así fue, hasta que agentes de la Guardia Civil subieron para instar a los residentes del centro del Jaral a que marcharan del lugar. Uno de ellos conversaba con El Faro: “Son mis amigos, lo han conseguido”, expresaba a gritos su alegría. “El bosque es muy malo, no podemos estar ahí mucho tiempo”, añadía.
Con el móvil en su mano, seguía a gritos la conversación con sus compañeros. “Yo llevo desde noviembre en Ceuta y mis amigos llevaban dos meses escondidos en el bosque, en donde pueden”, expresaba. Después se encontrarían en el CETI, solo un mes les ha separado de un pase que todos ellos han logrado.
En el centro del Jaral la noticia de la nueva llegada se difundía rápidamente. Las comunicaciones vía teléfono móvil son constantes. A uno y otro lado de la valla saben perfectamente cuándo van a elegir el día para cruzar. Los teléfonos... y también las redes sociales. Los recién llegados subían ‘su novedad’ a los perfiles sociales que la amplia mayoría de los inmigrantes tiene. Es la forma de trasladar a familiares y amigos que ya están en Ceuta.
Las labores de traslado de los subsaharianos desde Benzú hasta dependencias policiales y, después, hasta el CETI, se extendieron hasta prácticamente las dos de la tarde. Era tal la cantidad de inmigrantes y tan escasas las unidades de que disponía la Policía Nacional, que tuvieron que hacerse viajes constantes para ir sacando, en grupos de diez o doce personas, a todos los subsaharianos del lugar. La Guardia Civil contó con apoyo sobre el terreno de la Policía Nacional y con sus unidades de la UPR. In situ se encontraba también el jefe de gabinete de la Delegación del Gobierno, Francisco Verdú, así como el coronel de la Benemérita y el resto de la cúpula de mandos del Cuerpo: comandante, teniente y demás. La coordinación fue perfecta ya que no se produjo incidente alguno en el traslado de todos los inmigrantes, a pesar de que algunos mostraban ya nerviosismo después de tantas horas de espera en el lugar.
Iba amaneciendo y poco a poco el escenario devolvía las imágenes de lo que habían sido las horas transcurridas. Parte de la valla presentaba destrozos por el impacto de tantas personas pretendiendo treparla a la vez. Aún quedaban prendas enganchadas, restos de las que llevaban los protagonistas de esta historia. En el suelo sangre, producto de las heridas, de los cortes con las concertinas que se llevan la piel de quienes intentan cambiar de mundo, apostar sencillamente por un futuro. El mar, en una calma absoluta, ya no tenía el reflejo de la luna llena que durante toda la madrugada de Navidad y Mawlid fue testigo del intento de cientos de hombres por conseguir libertad.
Las reacciones a lo ocurrido no se hicieron esperar. Y no precisamente en España. Salvo el interés mediático que despertó este hecho, las oenegés y otras entidades habían echado el ‘descanso por vacaciones’ y optaban por no hablar sobre lo acontecido.
Al otro lado, en Marruecos, en el barrio tangerino de Boukhalef, la tarde empezaba con redadas en las casas habitadas por subsaharianos. La asociación Ca-minando Fronteras lo denunciaba a través de las redes sociales, encuadrando dicha acción en la respuesta dada por Marruecos al intento de entrada de cientos de inmigrantes. Los datos, todos ellos oficiosos, hablaban de edificios desalojados e inmigrantes obligados a dejar la zona. Se repetían las escenas que acontecen cada vez que hay una entrada importante en España.
En el CETI, mientras, se sigue superando la capacidad de acogida. Disponiendo de 512 plazas, hay unos 800 inmigrantes registrados. Una cifra que podía haber sido mayor de no ser por las salidas que, prácticamente cada semana, se han llevado a cabo. De hecho este martes salió un centenar de subsaharianos del centro y la semana anterior otro tanto. De no haber sido por ambas marchas, habría sido imposible dar acogida en el Jaral al elevado número de subsaharianos que logró entrar ayer.
Todos fueron repartidos en los distintos módulos residenciales que tiene el centro, sin que de momento sea necesario pedir ayuda a otros colectivos o habilitar espacios como el garaje para transformarlo en dormitorio. Después del episodio de ayer no se descarta que pueda haber nuevos intentos de entrada de aquellos subsaharianos que tras ser dispersados por las fuerzas marroquíes volvieron a perderse en el bosque y que se encuentran cansados y puede que, en algunos de los casos, heridos.