En sus declaraciones del pasado jueves, Rubalcaba cayó -una vez más- en algunos de los típicos y tópicos “tics” de la izquierda más rancia, al decir, en primer lugar, que todo el mundo tiene derecho a manifestarse “cómo y cuando quiera”, y, en segundo, que “mientras ellos (el PP) lo hacen con la Conferencia Episcopal, nosotros (el PSOE) lo hacemos con los Sindicatos”, a lo que añadió, además, eso de que “cada oveja con su pareja”.
Haciendo abstracción de un hecho irrebatible, cual es el de que los Obispos no se han manifestado por las calles nunca, sino que se han limitado a organizar algunos actos litúrgicos –y multitudinarios- en determinados lugares de Madrid, en defensa de valores tales como la vida y la familia, amén de los de la Jornada Mundial de la Juventud, éstos con la presencia de Su Santidad el Papa Benedicto XVI junto a dos millones de jóvenes de todo el mundo que dieron un ejemplo de civismo y de alegría cristiana, lo cierto es que el ejercicio del derecho de manifestación está debidamente regulado en la legislación, de tal forma que no debe -ni puede, desde un punto de vista jurídico- ejercerse “cómo y cuando quiera” quien sea, pues necesariamente ha de ser autorizado de modo expreso por la competente Delegación o Subdelegación del Gobierno. Las manifestaciones “espontáneas” no están permitidas por la ley, diga lo que diga Rubalcaba, quien durante bastantes años ha sido Ministro del Interior y, por tanto, debería saber algo sobre la materia y, en consecuencia, hacer menos demagogia.
Por otro lado, en las palabras de Rubalcaba surge de nuevo (¡cómo no!) el radical-laicismo militante que, con tanto empeño, sembró Zapatero, quien durante sus casi ocho años en la Presidencia del Gobierno se obcecó en confundir la aconfesionalidad del Estado consagrada en la Constitución, que supone neutralidad ante las distintas confesiones, con una especie de laicidad agresiva, dedicada a combatir la religión que declara profesar una gran mayoría de los españoles, que irán o no a misa, pero que se sienten católicos. Durante el mandato de ZP se atacó y se intentó ridiculizar exclusivamente a la Iglesia Católica y a sus jerarquías, sólo porque defiende valores humanistas que no coinciden con la ideología “progresista”, mientras se procuraba, eso sí, no rozar siquiera a otras creencias.
Pues habría que preguntar si los sindicatos, a los que Rubalcaba tanto gusta acompañar, han hecho algo en favor de los más de cinco millones de parados que dejó el anterior gobierno. Más bien poco, por no decir nada. Sin embargo, la Iglesia se ha volcado, a través especialmente de Cáritas, pero también de otras organizaciones religiosas, en prestarles la mayor ayuda posible. Se han repartido millones de comidas y de bolsas de alimentos, se ha ayudado a pagar recibos de luz y de agua, así como alquileres, se ha tendido la mano, dentro de las posibilidades existentes, e incluso más allá, a cuántos lo necesitaban. Y ello sin hacer distingos entre cristianos o no cristianos, algo de lo que aquí, en Ceuta, pueden dar testimonio muchos musulmanes.
Puestos a estar con alguien, prefiero cien mil veces hacerlo, y a mucha honra, al lado de la Conferencia Episcopal, es decir, manteniendo la fe cristiana que los españoles heredamos de nuestros mayores, la de los Evangelios, que ir junto a los subvencionados sindicatos, tan transigentes y modositos con los gobiernos de ZP, y tan combativos e intransigentes con el recién nacido del PP, que ha de enfrentarse con una terrible herencia y, por ello, adoptar medidas impopulares, contra su propia voluntad, porque no hay más remedio, si es que de verdad se quiere sacar a España de la ruina en la que la ha recibido.
Es más; Rajoy acaba de declarar en Bruselas que –aún estando dispuesto a llegar a finales del 2013 con un 3% de deuda, límite señalado por el grupo del Euro- ha decidido no ceñirse al 4,4% previsto para el año actual, fijándolo para España en el 5,8%, ello con el fin de dar algún desahogo a la posibilidad de invertir y ofrecer ciertas expectativas de creación de riqueza y empleo. Se trata de dividir por dos la diferencia existente entre el 8,5% de déficit actual y el citado 3%, para aplicar los mismos criterios en 2012 y 2013, llegando así, al iniciarse 2014, dentro del límite mencionado, pero evitando una parte considerable de los sacrificios que supondría ajustarse en la presente anualidad al 4,4%. Es una decisión soberana, como dijo Rajoy. Ya veremos, en el mes de abril, cómo responden a ella –apoyada y aplaudida por el propio Rubalcaba- los demás países de la zona Euro. Por el bien de España, esperemos que la comprendan y acepten.
Así, y no “tomando la calle”, es como se pueden resolver los problemas.
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