Las inmediaciones del palacio municipal se convertían, una vez más, en escenario de una protesta social. Desde las nueve de la mañana de un lunes, se fue congregando lo que llegó a ser una gran multitud dispuesta a expresar con fuerza un nuevo ¡basta ya! Sin embargo, en esta ocasión, se trataba de un hecho insólito. Quienes lideraban la revuelta (haciéndola coincidir con la presencia del ministro de justicia en nuestra Ciudad) no eran los contestatarios “convocantes habituales”, sino la élite económica local. Allí estaba, micrófono en mano y gritando desde una improvisada tarima, la representación más genuina de la clase empresarial. La movilización, apoyada y secundada (con la presencia de sus dirigentes) por los sindicatos más representativos y por los partidos de la oposición, resulto un triunfo indiscutible. Es cierto que muchos de los asistentes eran trabajadores alentados por sus propios patronos a participar en la manifestación en horario laboral (lo que ayuda bastante); pero aún así, reunir cerca de mil personas en Ceuta con ánimo reivindicativo sólo se puede calificar como éxito.
El motivo que logró cohesionar a tan variopinto colectivo era la indignación que está provocando el caos que diariamente se produce en la frontera del Tarajal y que, no sólo genera unos niveles de crispación insoportables, sino que está provocando una avería muy seria en el ya de por sí depauperado sistema económico (siendo ésta una expresión muy generosa). No se trata de un asunto nuevo ni imprevisto. Así llevamos meses. Y es precisamente el paso del tiempo sin que se perciba la más mínima intención de solucionar el problema lo que ha llevado a la indignación y el hartazgo. Las dos administraciones (controladas por el PP), henchidas de soberbia y displicencia, siguen atrincheradas en lo que ellos consideran argumentos irrebatibles: “es una asunto muy complejo que no depende sólo del Gobierno español”; “antes la seguridad que cualquier otra cosa” y “no se puede hacer más de lo que se hace”. Las tres son tan “medias verdades” que en realidad son rotundas mentiras. La dificultad de un reto nunca puede justificar la inacción, sino todo lo contrario. Y en este caso es la pasividad, explicada con un insufrible aire de fingida suficiencia, la que irrita y acaba con la paciencia del ciudadano más prudente. Saben que gran parte del problema se solucionaría de inmediato abriendo el paso de Benzú. Sencillamente, no quieren hacerlo.
Pero desde el punto de vista del análisis, esto no es lo más importante. Esta cuestión ya ha sido (y sigue siendo) debatida y evaluada desde todos los ángulos posibles y por todos los sectores de nuestra sociedad. Mientras el Gobierno no entienda y asuma la gravedad de lo que está sucediendo en “el infierno”, seguirá siendo objeto de atención y preocupación ciudadana. Pero lo que realmente supone una novedad es la actitud de los empresarios. Quienes durante décadas han mostrado una posición muy respetuosa y moderada con el poder político, hasta niveles muy próximos a la sumisión y la complicidad, han roto con su docilidad para escenificar su discrepancia con la política del Gobierno. La manifestación de aquel lunes veintinueve de mayo desprendía un indisimulable olor a catarsis.” ¿Dónde ha llegado Ceuta para que esta gente se comporte así?” Esa era “la pregunta” que todos los presentes se hacían, no con una cierta sensación de vértigo. Intentaremos responder.
Detectar el origen, las causas y la evolución de los procesos sociales no es una tarea sencilla. Intervienen multiplicidad de factores y agentes, visibles e invisibles, que dificultan en exceso los diagnósticos certeros y puntuales. Por ello resultan fundamentales los llamados “momentos”, en los que se hacen patentes ante los ojos de la opinión dinámicas que se vienen gestando de manera soterrada durante mucho tiempo antes. Estamos ante uno de esos “momentos” que nos explican las cosas con claridad. El pronunciamiento inequívoco que hicieron los empresarios con su inesperada convocatoria es el colofón de un proceso que se vienen anunciando y observando desde hace quizá más de una década: “la economía de Ceuta depende de (la voluntad) Marruecos”. Han sido muchas las personas e instituciones que en este tiempo se han negado a aceptar esta premisa. En unos casos por un patético y nostálgico “complejo de superioridad” respecto a Marruecos; y en otros, simples víctimas der un racismo ramplón. En cualquier caso, una resistencia visceral a reconocer que “dependemos de un país subdesarrollado que además pretende anexionarse nuestro territorio”. Por este motivo, en todos los planes de reactivación económica se abría un (obligado) espacio a recuperar la actividad generada por la “conexión con el norte”. Se aceptaba que “mirar al sur” fuera un objetivo complementario, pero no esencial. La realidad ha fulminado esta ensoñación. El turismo en Ceuta no pasa de ser una simpática anécdota. No hay que ser muy espabilado. Basta con mirar arriba (costas andaluzas) y abajo (costa marroquí) para deprimirse. Abaratar el precio de la travesía del estrecho ya ha pasado a engrosar el largo inventario de “banderas rotas” de esta Ciudad. Sólo quedan tímidos y esporádicos lamentos que no se traducen en nada. Plantear la atracción de compradores de la península entra en el terreno de lo ridículo. Intentar competir en oferta (calidad y precio) con las potentes estructuras comerciales que se desarrollan en las zonas peninsulares (más o menos limítrofes) carece por completo de sentido. La última baza, y a la desesperada, era intentar “fidelizar la demanda interna”. Aceptando que nadie vendrá, al menos “los que están que nos se vayan”. Pero también ha sido un fiasco. Es imposible luchar contra los comportamientos naturales del individuo-consumidor que siempre tiende a rentabilizar al máximo su poder adquisitivo. Así que unos compran en Marruecos (porque es la único manera de convertir un salario de miseria en una retribución digna); y otros en la península (donde expanden su afección a la cultura de la compra como ocio, tan extendida a partir de determinados niveles de renta).
Todo intento de reconstruir un sistema económico autosuficiente (siquiera parcialmente) al margen de Marruecos ha quedado finiquitado. Ya nadie duda de que lo único que nos queda es el intercambio comercial con Marruecos en su doble vertiente: el contrabando (paso de mercancía al por mayor por la frontera como “buenamente se pueda”) y el normalizado (captación e flujos de visitantes de la emergente clase media marroquí que ve en Ceuta, todavía, un atractivo europeo y “diferente” muy próximo y asequible) No hay más. El sector privado de la economía de Ceuta depende de Marruecos.
Por eso en este contexto “la frontera” se convierte en nuestro aparato de “respiración asistida”. Si funciona bien y fluidamente, la economía se mueve (y con ella el empleo); si se bloquea la economía se frena (y con ella el empleo). Pero ¿De quien depende una cosa o la otra? Hemos llegado al final de la tragedia. Según la Delegación del Gobierno (y esto parece de sentido común), el funcionamiento de la frontera depende de las autoridades marroquíes, así que la viabilidad de nuestro sistema económico depende de la “permisividad” de Marruecos, que la gestiona a su antojo según sus propios intereses en cada momento. Se ha consumado el plan diseñado por Marruecos hace tres décadas y pactado (implícitamente) con el estado español. La supervivencia económica de Ceuta depende de la voluntad de Marruecos, uno de cuyos objetivos políticos prioritarios es la anexión de nuestro territorio. Por eso nunca habrá una aduana comercial con Marruecos, ni Ceuta se integrará en la Unión Aduanera, ni seremos Comunidad Autónoma. Porque todo lo que signifique “normalizar Ceuta” es rechazado radical y virulentamente por Marruecos, que perdería “el mango de la sartén” del que ahora disfruta. Y el Estado español ha fijado como una de sus máximas prioridades en política internacional, no enfadar, ni importunar, ni siquiera disgustar a Marruecos bajo ningún concepto. Lo más triste y frustrante de esta situación es ver a los propios ceutíes apoyando enfervorizadamente esta sibilina, hipócrita y traicionera estrategia de cesión de la soberanía de Ceuta a largo plazo.
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