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A la búsqueda de la identidad, el rastro de los ‘sin nombre’

“Yo me siento en la gloria cuando los identificamos. Es una satisfacción propia. Las personas nos merecemos eso. A nosotros nos gustaría que nos lo hicieran si nos pasara algo... pues tenemos que intentar hacer lo mismo por ellos”.

Quien habla es uno de los guardias civiles de la Policía Judicial especialista en Laboratorio. Un miembro del equipo de tres agentes de la Comandancia de Ceuta que tiene sobre sus espaldas el complicado reto de poner nombre y apellidos a las personas sin identificar cuyos cadáveres terminan siendo encontrados aquí. En nuestras costas, en el vallado, en cualquier punto de una ciudad convertida en última estación vital nunca pretendida. La búsqueda de la identidad supone algo más que conseguir inscribir en el Registro los nombres y apellidos de quienes han sido enterrados sin identificación alguna. Se convierte en un deber moral. Los cementerios de Santa Catalina y de Sidi Embarek acogen más de cien cuerpos de hombres, mujeres e incluso niños víctimas de una inmigración que se desangra en la valla, que queda atrapada en el mar. No son invisibles. Todos ellos quedan registrados en una gran base de no identificados para que sus historias nunca se pierdan, para que, de aparecer algún familiar, pudieran aflorar. La tarea no es fácil. “En diez años que llevo en el laboratorio se ha identificado solo a unas 12 ó 14”, explica en este reportaje para El Faro. Difícil pero no imposible. Una cicatriz, un amuleto, cualquier pertenencia, las huellas dactilares, el ADN... todo sirve para ser encajado en ese complejo puzzle que viene sin instrucciones. Roger Nana, una de las víctimas del 6F cuyo cuerpo está enterrado en Santa Catalina, pudo ser identificado partiendo de la única combinación de unos números borrosos encontrados en un papel que portaba en uno de sus bolsillos. “Solo tenía un cadáver con un número de teléfono. Usamos folios para secar el papel, empezamos a meter uno sobre otro hasta recuperar ese número. Fue difícil, llamábamos pero no cogían. Estuvimos así diez días hasta dar con un tal Diego. Era de una empresa. Empezamos a hablar, a tirar de llamadas, de correos electrónicos, hasta que reconoció datos y pudimos empezar a hacer gestiones”, explica. A partir de ahí comenzó un envío de fotografías, de datos hasta constatar que Roger Nana tenía un hermano en Camerún. “Vivía en la calle, trabajaba de conductor de autobús de forma temporal. Llamamos por teléfono y conseguimos hablar con él y que nos dijera que su hermano había querido pasar por Ceuta”, explica. El único fallecido el 6F que ha podido ser identificado integra una lista de casos extremos, en la que se cuenta con el apoyo que presta Interpol a través de su sede en África para el intercambio de las informaciones necesarias. Son éxitos en un camino plagado de dificultades en el que la Guardia Civil debe ser combinar de manera acertada los recursos con los que cuenta con la pericia. El trabajo para llegar a localizar la identidad buscada empieza desde el primer momento en que se sabe de la aparición de un cadáver. “Nosotros acompañamos al médico forense. En la sala de autopsias comienza el protocolo, buscando qué puede llevar que nos ayude: anillos, amuletos, un teléfono, datos de su dentadura, alguna cicatriz... Sucede que no suelen llevar nada, por eso, como norma, poder identificarlo resulta muy difícil. Es complicado pero se intenta hacer lo posible”, apunta. “Tenemos una base de datos en la Guardia Civil en la que se plasma todo. Se hacen fotografías de carné del cuerpo, se le toma la huella necrodactilar y una muestra biológica”, matiza. Todo queda plasmado en el programa de identificación de cadáveres sin identificación, FÉNIX. Con esta base se puede identificar a quien ha sido enterrado de manera anónima años después, aunque no es común que pasado el tiempo alguien se presente a reclamar al padre, hermano o esposo perdido. En el caso de los inmigrantes, un 10% puede llegar a ser identificado. En este particular túnel oscuro que intenta dar marcha atrás en el proceso vital hasta descubrir el origen hay medir al límite cada detalle. La identificación a través de la huella resulta complicada, sobre todo si ésta aparece deteriorada como es el caso de los inmigrantes cuyos cuerpos son encontrados en el mar. En el caso del senegalés Ndigua Saw, cuyo cadáver fue recuperado por Salvamento Marítimo tras naufragar la patera que ocupaba junto a otros diez compatriotas, se tuvo que hacer un trabajo exhaustivo. La huella facilitada a través de Interpol era de muy mala calidad como para sacar los 12 puntos característicos que permiten una identificación correcta. Pero se logró. La identificación por huella fue una de las claves, pero no la única. En el caso de Saw se contó con un detalle del que, tirando del hilo, se consiguió la aproximación a otro de los casos exitosos de identificación con lo que cuenta la Policía Judicial. “Entre sus pertenencias aparecieron unas fotografías que llevaba colgadas al cuello en las que aparecía él. En una se observó un tractor y el nombre de una empresa agrícola. Logramos identificarla, a través de un número de teléfono nos dio el norte: era de una empresa de Senegal. Contactamos con ellos y a través de correo se le envío la fotografía del fallecido. Nos dijeron que le conocían”, explica el capitán de la Policía Judicial. Los agentes del Laboratorio de PJ ya habían iniciado un camino cuando apareció en Ceuta un familiar directo del fallecido para reclamar sus restos y solicitar su exhumación para proceder a su traslado a Senegal. “La única posibilidad para cotejar era un nombre y su identificación. El ADN se descartó porque debe ser ADN de la madre, mitocondrial. Su perfil no era concluyente”, añade el capitán de la Unidad. “Con los datos que dio más los nuestros, esperamos la respuesta de Interpol para mandarnos la huella e hicimos un trabajo de cotejo. La resolución no era muy buena. Era importante hacerlo despacio y asegurando los 12 puntos característicos para ser concluyente”, añade el mando. Una labor complicada en la que juega un papel importante la propia pericia del agente en esa primera fase de análisis. “Se hace a ojo, no lo hace una máquina. Realizamos una comparativa buscando puntos, luego cuando tenemos varios pasamos a la comparación con la huella que tenemos y empezamos a ver los puntos si coinciden porque hay que sacar un mínimo de 12. Por mi experiencia personal, al verla a ojo, sabía que era pero había que demostrarlo”, matiza el agente. Se logró y se pudo remitir un informe al juzgado al objeto de corroborar que quien está enterrado en Santa Catalina es realmente Ndigua. Un joven al que le habían comprado un tractor para que permaneciera en Senegal, junto a su familia, pero que quiso emigrar. Quiso dejarlo todo en África para soñar con una Europa que terminó siendo su tumba.

Reconstruyendo las huellas

Es una labor complicada porque muchas veces se cuenta con huellas en muy mal estado. Ahora mismo los agentes están trabajando en la identificación de la que aparece en la imagen. “Con cadáveres deteriorados es muy difícil sacar las huellas porque la piel se deshace incluso al tocarla. He llegado a coger las dos falanges de la piel ponérmelas yo con el guante y hacer la huella con mi propio dedo”, explica este agente.

Una recuperación que puede tardar décadas

De cada inmigrante hay un registro. Da igual el tiempo que pase, siempre se podrá trabajar en su identificación porque todo queda grabado. “La gente cree que se entierra y se acaba. No, ahí empezamos nosotros a trabajar. Cuando no tienen nada, es complicado pero siempre seguimos por si puede haber luz”, expone. El tiempo juega en contra pero mientras haya memoria puede haber final.

Un mero detalle puede posibilitar la identificación del fallecido. Todo vale

Ha habido identificaciones que se han logrado gracias a meros detalles. Así ocurrió con el cuerpo de un varón encontrado hace unos años en la playa de la Almadraba. Sin identificación alguna se pensaba que era un inmigrante, pero en la sala de autopsias se descubrió que tenía un anzuelo en el tobillo y otros dos en los pantalones. “Fui por todos los comercios andando y en uno me dijeron que les sonaba de ponerse a pescar. Lo dijeron sin saber que habíamos encontrado los anzuelos. A los ocho días me llamaron de uno de esos comercios que había aparecido un amigo del fallecido. Éste lo identificó. Supimos quien era a partir de un anzuelo”.

 

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