Quizás no me sea posible concebir de forma acabada vuestra inquietud personal sobre la defensa que hacéis del medio ambiente de nuestra ciudad. Pero ya sabéis como son estas cosas, unos jugáis a vivir todos los días de forma consecuente intentando realizar vuestro compromiso personal en defensa de la delicada relación que mantenemos con el medio ambiente, mientras que otros solo somos capaces de asomarnos todos los días para dejar que el sol caliente nuestros pellejos sin más complicaciones que seguir viviendo cómodamente, a veces confundiendo el vivir con una empresa de adquisición de cosas. Por eso, ante ese calendario de nuestras banalidades, vuestra lucha es importante ya que obligáis a pensar y considerar lo que se está haciendo en nuestra ciudad con nuestro entorno natural. Porque, aunque la relación entre sociedad y medio ambiente es la de causa y efecto, la sociedad no se ha reconocido precisamente por la necesidad de proteger los ciclos de la naturaleza.
En su origen el cuidado de la naturaleza se basaba en simples actitudes destinadas a defender lo conocido y establecido: “Consumo y estética”, pero, en realidad poco respetuosas con la verdadera necesidad de su conservación para la propia vida. Sin embargo, las ideas de hoy siempre nacen de las actitudes de antaño, así y a pesar de los tiempos obscuros de épocas pasadas, determinados pensadores ya se preocupaban por la importancia del medio ambiente en la existencia humana.
No serían los únicos pensadores sobre la naturaleza. Siglos después, Hobbes, consideraría la existencia de una Lex Naturalis, es decir, de un precepto o regla general que descubierto mediante la razón prohibía al hombre hacer aquello que fuera destructivo para su propia vida o que eliminase los medios de conservarla. Idea que también asumirían otros filósofos cuando consideraban que la ley fundamental de la naturaleza era la preservación de la humanidad, y la sujeción del hombre como ser físico a las invariables leyes naturales, aunque se aceptaba que este por su condición de “inteligente” las quebrantase continuamente. Eran, por tanto, épocas en que el medio ambiente aun siendo conocido era al tiempo incomprendido y olvidado. Tan solo existía una misión intelectual de conservación.
Afortunadamente este concepto apenas justificable ha cambiado, y en nuestro siglo XXI el medio ambiente asentándose en su realidad se revela como lo que es realmente: el entorno inmediato del hombre dentro de la biosfera en la que la vida existe en función de unos elementos fundamentales. Consecuentemente, se empiezan a adoptar medidas reales para lograr mantener una renovación continua. Pero para ello hemos precisado, además de tener un completo conocimiento de todos los mecanismos que posee la biosfera para su subsistencia, que integremos la actividad humana en ella. Y solo teniendo claro esta integración, se evitará la alteración de su equilibrio. No obstante, y todavía, la intervención del hombre, gran consumidor y destructor con un gasto energético enorme, sigue causando pérdidas irrecuperables que separando los procesos cíclicos naturales degradan la naturaleza produciendo un constante agotamiento de las reservas ambientales. Y aunque se comience a hablar de bienes supuestamente renovables, estos tampoco son inagotables. La duración indefinida de los ciclos biológicos sostenidos es un verdadero mito y como quiera que nuestra propia vida depende de los mismos principios que rigen los equilibrios naturales, es preciso que la sociedad empiece a tomar en serio su intervención en la naturaleza.
Sin embargo, esta aceptación, no puede ser un freno para el tan necesario desarrollo económico. Consecuentemente, no nos queda más remedio que intentar compaginar y armonizar ambos bienes en ocasiones antagónicos. Y en esta contradicción entre dos necesidades paralelas, ya que en la adaptación no es solamente el hombre el que debe ajustarse al medio, sino que es necesario que el medio se adapte también al hombre en su lícita búsqueda del bienestar, es donde debe estar la lucha de todos. Es decir, que debe existir una relación directa entre disfrute de un derecho al medio ambiente y el progreso económico. Y en esta idea debemos luchar todos, buscando formulas que satisfagan ambos intereses.
Surgen de todo lo anterior dos tipos de éticas: una sobre la incondicional protección del medio ambiente, y otra, aplicada al necesario uso del medio ambiente basado en la economía. Y aquí es donde todo se complica y enmaraña, ya que la economía interfiere con fuerza, hasta el punto de considerar que la naturaleza solo sobrevivirá si su uso facilita un eficiente y regular bienestar al ser humano. Y dado que la capacidad biótica no es inagotable, se exige un principio básico de coordinación y equilibrio, que actúe entre lo que se gasta, lo que se produce, lo que se tiene y lo que se quiere.
Por ello, es importante que, de cuando en cuando, se crucen en nuestras vidas gentes que como vosotros, Juan Redondo y Jesús Gordillo, y que señalando los posibles olvidos que el Gobierno actual de la ciudad pudiera tener, defiendan magníficamente el medio ambiente de nuestra ciudad.