Alguien se imagina que en algún país del mundo pueda haber algún español que, habiendo entrado ilegalmente en una patera, lleve tres años viviendo ilícitamente pese a haber delinquido en el mismo hasta nueve veces, las mismas que también fue detenido por la Policía y luego por la Justicia puesto en libertad, y que siendo juzgado y condenado por última vez por sentencia de 17-03-2014 a la expulsión por cinco años aun se
le permitiera estar residiendo en el país de acogida para continuar delinquiendo hasta el extremo de haber arrojado, presuntamente, a las vías del Metro para morir atropellado a un Policía que trató de identificarle por haberse saltado los tornos del suburbano sin pagar y haber gritado consignas contra la Policía que trató de identificarlo?. Supongo que tal cúmulo de cosas nadie habría podido imaginárselas, porque eso sólo ocurre aquí en esta España nuestra, que por algo es diferente. Pues eso es lo que hace pocos días sucedió en la Estación del Metro de Embajadores, en Madrid, donde el Policía Nacional Don Francisco Javier Ortega (q.e.p.d.), que había sido criado por sus abuelos de Ávila por haber tenido ya de niño la otra mala suerte de haber quedado huérfano de padres, pues fue zarandeado, forcejeado y arrastrado a los raíles del tren por un inmigrante ilegal de Costa de Marfil llamado Yode Alí Raba. Y ese Agente de la Autoridad, que se hallaba comprometido con su novia, acariciando la ilusión de poder formar pronto su propio hogar para que sus futuros hijos no tuvieran que echar de menos a sus padres, que a él desde pequeño le faltaron, terminó siendo tirado y muerto por el tren.
¿Y alguien se imagina también la que se hubiera armado en España y en todo el mundo si eso hubiera sucedido aquí en nuestro país, pero en lugar de ser el delincuente africano el que arrojara al Policía al tren hubiera éste el que empujara al Inmigrante con el resultado de muerte?. Seguro que, de inmediato, nosotros mismos, los españoles, que somos nuestros peores enemigos, hubiéramos condenado al Policía acusándole de represión. La mayoría de nuestras ONGs hubieran denunciado inmediatamente al Agente de la Autoridad ante el Juzgado de Guardia, algunos partidos políticos se hubieran puesto a despotricar contra el Gobierno de turno al que hubieran llamado de dictador y racista para arriba, los políticos radicales hubieran presentado sendas interpelaciones en el Parlamento exigiendo responsabilidades, otros hubieran denunciado al Policía por torturas con resultado de muerte ante Amnistía Internacional y otros organismos de defensa de los derechos humanos, hubiera habido de inmediato sucesivas manifestaciones con rotura de cristales y mobiliario acusando de represiva a la Policía, parte de la prensa nacional hubiera arremetido contra los poderes públicos españoles, y de buena parte de los medios de todo el mundo nos hubieran caído encima truenos, rayos, centellas y hasta chuzos y, como tantas otras veces, se hubiera magnificado aun más la inventada “leyenda negra” contra España. Y tras la muerte del Policía, ¿dónde está toda esa gente de tan buena fe y nobles sentimientos con los derechos humanos?. ¿Cuántos se han interesado o han salido en su defensa del Agente muerto?. ¿Es que con su muerte no se han pisoteado los derechos humanos de las personas inocentes?. ¿Es que dicho servidor público no era también una persona humana?. Ni siquiera mereció que el propio Ministro del Ramo se dignara a asistir a los funerales. Y, según algunos medios, hasta se ha llegado a publicar en una red social que: “Un negro empuja a un `delincuente´ (se supone que el Policía) a la vía del tren”. En otro caso ocurrido en fecha cercana en el que un magrebí lanzó en Atocha una amenaza de bomba se trató de justificar tal acto delictivo porque el pobre del inmigrante “sufrió una brutal represión policial”. Pero, ¿hasta dónde se puede llegar con esa clase de actos de ataques, insultos y menosprecio a los Agentes que a diario se están jugando su propia vida para velar por la seguridad de los demás, ayudar y salvar a tantos inmigrantes ilegales que naufragan en nuestras costas?.
No conocía de nada al Policía fallecido, pero me basta con saber que era un español cuyo único delito por él cometido fue servir ejemplarmente a la seguridad de los ciudadanos. Y el sólo hecho de haber fallecido en tan tristes circunstancias es el único motivo que me ha movido a escribir este artículo, dándole preferencia sobre otro que ya tenía escrito, para reivindicar su buen nombre y el digno servicio prestado, uniéndome solidariamente a su familia y a sus compañeros que, como él, a diario desempeñan el noble y honroso servicio de velar por la seguridad ciudadana en el legítimo ejercicio del desempeño de sus obligaciones. Y, sin perjuicio de lo que en su día dictamine la autoridad judicial competente, debo decir que el desafortunado Agente no procedió de forma arbitraria ni extralimitándose en sus funciones, sino en el fiel cumpliendo de su deber. Se trataba de identificar a un delincuente peligroso que, según los medios, tenía numerosos antecedentes penales y un largo historial delictivo con múltiples reincidencias, más la penúltima vez que fue detenido ya había amenazado a otro Policía diciéndole: “Te voy a tirar a la vía, puto `madero´”; es decir, que su acción parece haber sido más que intencionada, fruto del odio, de la deliberada intención con la que tenía urdido tirar a un Policía bajo el tren, sabiendo demás lo que iba a hacer y queriendo hacerlo. En aquella ocasión anterior, el Agente amenazado se pudo salvar con una maniobra evasiva con la que esquivó el peligro; pero retó a los Agentes cuando se introdujo en el vagón amenazándoles: “¡Venid a por mí aquí dentro, hijos de p…”!, escupiendo a uno de los Policías en un ojo. Más el supuesto responsable de la muerte era un peligroso delincuente fichado que tiene decretada una orden de expulsión por cinco años, por robo con violencia, resistencia y desobediencia reiterada a la autoridad, etc. Y lo que uno no puede comprender es cómo un individuo tan peligroso podía seguir aquí en libertad con la alarma social que su reiterada conducta delictiva representaba. De no haber sido puesto en libertad, o de haberlo expulsado de España en ejecución de la sentencia, Juan Francisco Ortega seguro que podría estar hoy ejerciendo su derecho fundamental a la vida, el más grande de todos los derechos de las personas.
Y la otra cuestión que este caso vuelve a poner de manifiesto es el triste problema de la inmigración que ya he expuesto en numerosos artículos. Es una verdadera pena que tenga que venir tanta gente con tantas penurias y tantas miserias, siendo víctimas propiciatorias de las mafias que tanto los explotan y que en montones de casos los dejan abandonado en el mar para llenarlo de cadáveres humanos que buscaban un mundo mejor. Como ya he apuntado otras veces: Inmigración sí, pero legal, ordenada, racionalizada, como los españoles que hacia 1960 tanto se iban a Europa, conforme a cupos para quienes quieran venir con papeles y en condiciones justas y objetivas de poder ejercer un trabajo honrado para el que deberían ser contratados en sus países; como también en origen deberían arbitrarse ayudas e inversiones por los países desarrollados que sirvieran para resolver en lo posible tan grave problema. Pero lo que de ninguna manera puede ser es que vengan a diario en verdaderas oleadas de gentes de medio mundo, que cuantos más consiguen entrar, más y más siguen viniendo, de tal forma que si se les dejara pronto ni siquiera cabrían ni nosotros podríamos quedarnos. El problema hay que conocerlo y vivirlo como los que desde Ceuta o Melilla lo conocemos y de cerca lo vivimos. Quienes de otra forma piensen o lo vean, ya sea de buena fe o por pura demagogia interesada, uno no deja de ser respetuoso con su parecer, pero no ven la realidad tal como es, ni los peligros que cualquier “efecto llamada” lleva aparejado. Es que todo un medio mundo se nos viene encima.
Y ningún Estado puede abrir de par en par sus fronteras, ni hacer dejación de su independencia, de su soberanía y de su seguridad interior. Todo país está obligado a defender y salvaguardar su territorio y la seguridad e intereses de sus propios nacionales. A cualquier español que se le ocurra emigrar fuera de la Unión Europea, no puede hacerlo ilegalmente y de cualquier forma, entrando por la fuerza a palos y apedreando a la Policía de fronteras, insultando y vejando a los Agentes, llevándoselos por delante, amenazándoles y escupiéndoles o cometiendo múltiples delitos en el país de acogida, que es como los de fuera vienen a España, sino que hay que venir legalmente, ser mínimamente respetuosos con el Estado receptor, con sus leyes, su régimen jurídico, costumbres y tradiciones. Y estamos viendo cada día cómo crecen y se disparan desafueros y delitos de todas clases que se cometen por extranjeros en España que parece que han elegido a nuestro país como refugio de buena parte de la delincuencia internacional organizada en auténticas mafias, con continuos asaltos a chalets, viviendas, robos, extorsiones, clonación de tarjetas bancarias, secuestros expres, delitos de géneros, homicidios, amenazas, coacciones, violencia, etc.
Claro, si ya para entrar se les permite llegar a estacazos con la Policía sin poder ser devueltos, cuando están ya dentro pues están a sus anchas y hacen todo lo que les da la real gana; y en cuanto para hacerlo encuentran la menor dificultad, su solución la tienen en llamarnos racistas y todo lo que quieren para hacer ellos en país ajeno lo que jamás en el suyo se atreven ni se les permitiría. Incluso los delincuentes de democracias consolidadas la mayoría vienen a parar a España, creyéndose que delinquir aquí es un deporte. Y, encima, los españoles a defender a los que delinquen y a culpar a nuestra Policía, pese a que nuestro deber es defender a quienes nos defienden. Y, claro, así nos va. Vayan mi respeto, gratitud y solidaridad hacia Juan Francisco Ortega, su familia y Fuerzas de Seguridad. Descanse en paz.