Me dices que estás triste, que no levantas cabeza, que nada te dice nada, que nada te apasiona, que nada te interesa.
Te abandonas, cierras los ojos, persigues sombras que aparecen y desaparecen, que crecen en una viscosa oscuridad en la que habitas.
Los días son noches de 24 horas que pasan automatizadas como el tic tac del reloj, como el latido de tu corazón. El tiempo no existe en la nada, en ese universo en el perdiste tu identidad, tus proyectos, todo lo que amaste una vez, todas las épocas felices que apenas recuerdas.
Te sientes vacía, sola, sin ganas de levantar tu cuerpo de esa cama letal en que te escondes de la selva que no para de crecer.
Tu habitación es un Búnker en una casa blindada, inaccesible, rodeada de cuchillos, de navajas, de trampas. Tus enemigos somos todos, incluso tú misma.
Hoy he accedido a tu espacio llevando como escudo un poema de Miguel Hernández:
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
Quiero estar contigo, quiero obligarte, atarte a mi brazo, amordazarte. He venido, estoy contigo, somos más que dos.
No te quedes ahí, vence al monstruo, liberate, abrázate, abrázame. Aunque nos dejemos la piel, aunque lo perdamos todo sabemos que ya no nos queda nada que perder. La victoria es empezar, saber que estás dispuesta a desenterrarte, a concederte infinitas oportunidades. Comenzarás de nuevo cada vez que oigas el cañonazo de las 12, llamarás al ejército de tus entrañas, apartarás a los dioses a manotazos, esos ídolos de la tribu que te encarcelaron.
Y verás que ya estás preparadas para un camino que empieza cuando seas capaz de dar el primer paso. Y andarás sin metas, sin rendir cuentas, sin las expectativas que esperan los demás.
“Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado” era la letra de una canción chilena.
Yo también sentí esa sangre que te corre por tus venas, esa agonía, esa aire irrespirable, ese terror. Conseguirás escaparte si quieres escaparte y cuando menos te lo esperes te abrazarás con tus brazos, te besarás con tus labios y, ya desamordazada, la felicidad empezará a llamarte.