Lo que relato hoy es más cierto que la vida misma y lo escribo como un desahogo emocional pues necesito canalizar mi rabia y mi impotencia.
La informática, las citas previas, los documentos escaneados, el pin permanente, la firma digital. Luego adjuntar documentos, bajarse programas y rezar para que esa red Sara diabólica no mande al infierno el trabajo de toda una tarde.
Así llevo dos semanas en la página de MUFACE para solicitar una ayuda: prestaciones dentarias.
Adjunto factura, no es válida porque debo indicar de qué manera he hecho el pago. Adjunto certificado de pago, no es válido. Me mandan un correo en el que me indicarán qué me requieren ahora.
Llamo dos veces a MUFACE. La primera con suerte pues descuelgan el teléfono. No es amable la voz, la percibo distante y cercana al enfado por preguntar. Me recuerda que sin cita previa no reciben ni a Dios bendito. Después del segundo aviso llamo a MUFACE pero sus líneas no funcionan, no tengo forma de abrir la notificación de la mutualidad. Decido ir a la sede de la calle Velarde lo más presto posible y con la impotencia que invade todo mi cuerpo.
Ya llegué; una señora me abre la puerta, pego al timbre y luego a la ventana de su despacho pues creo que no se ha dado cuenta.
-¿Tiene usted cita previa? Le digo que es una consulta, que no funcionan las líneas.
-Sin cita previa no atendemos. Insisto desde el portal, le explico, le vuelvo a explicar. Ella me responde, me vuelve a responder. No logro hacerme entender ni la señora hace esfuerzo para entenderme.
Ya tengo cita para mañana pero me dice que mi consulta no podrá ser resuelta hasta que no pueda abrir la notificación que me han remitido.
Me recita una ley de la función pública cuando empiezo a descomponerme.
-Estoy sola y hay mucha gente esperando.
¿Sola en una oficina de MUFACE?
EL COVID nos ha dejado la secuela del distanciamiento de la administración respecto a los administrados. Nos reciben, las más de las veces, como si fuéramos bultos sospechosos que entramos a su reino para resolver asuntos que podríamos resolver por la vía online.
Ya hay policías, guardias de seguridad, escáner; acceder es un triunfo aunque encuentres un rostro enfadado, una mirada que sospecha o una voz silenciosa que balbucea: “este no se entera de nada”.
Somos enemigos y a los enemigos ni el agua.
Mi ayuda dentaria tendrá que esperar. No sé si quitarme la dentadura para no tener que pasar de nuevo por el infierno de una burocracia llevada por robots programados para ello.
Le dedico este CAÑONAZO a la señora que me atendió esta mañana que, al menos, tuvo el gesto de no cerrarme la puerta en las narices.
Dios la bendiga.