Parecíamos estar a salvo en taparrabos y en la inconsciencia, así que hacemos lo que sea para volver al paraíso original, olvidándonos de las manzanas y las serpientes. Peor que en taparrabos vamos de temporada, con modas absurdas y ropa de cada vez menos calidad, perpetrada por menores, desvalidos y desfavorecidos en países sin derechos humanos, ni sindicalidades. Tampoco andamos muy aquí por aquí, que va ven nuestra pobre sanidad pública boqueando extremaunciones con sanitarios dándolo todo como héroes de Marvel desde que se venció al covid. Ya no palmeamos para darles las gracias, porque muchos dicen que ya lo cobran y muy bien, sin acordarse de Santa Marta hasta que se ven en un apuro en la ventanilla de entrada del hospital, rezando a todos los dioses impíos para que te atienda el mejor de los facultativos, ese que lo mismo se hartó de largas jornadas maratonianas y poco mérito y se marchó a hacer la Europa del Norte.
Los vaivenes políticos para gobernar dan tanta escarcha parrafal como en sus tiempos los líos de Bárbara Rey, ahora seriados para mayor gloria de noctámbulos ociosos.
Mientras, en la realidad más real, los abuelos vagabundean en las salas de urgencias porque la abuela se ha caído en la cocina con un “plommm” tan bestial que al abuelo aun no le ha cambiado el color macilento de la cara.
Es nuestro futuro, no el de los paralepípedos que leemos con múltiples caras que nos embolan en internet para que deseemos aquello que no tenemos.
Me persono ante ustedes en primera, me catalizo y reverencio porque soy igual de pequeña y milimétrica.
Compro, desecho y defeco lo que no puedo transmutar en sentimientos.
La vida es así de miserable con la culminación de la especie más avanzada, aquella que colonizará espacios celestiales sin ángeles divisorios, ni naves de lego. Nos veremos las caras arrugados y viejos con una sanidad publica desmantelada, sin sanitarios que nos acojan con sus batas blancas porque solo habrá privatización y buenos precios con que desollarnos los magros de los huesos.
No nos damos cuenta que nos embrutecen, nos distorsionan y nos engañan para que seamos el tonto del pueblo. No nos queremos dar cuenta de que el más siempre es menos, el tres por dos ventajas para el que vende y la superproducción y las cadenas lo que nos amarran el cuello. Nos han dado jarabe de credulidad, sentándonos a horcajadas en el banquillo de los falsamente acusados, sin que hayamos hecho nada para que se nos quede la cara del muñeco de José Luis Moreno.
Vemos la actualidad con perplejidad, pero nos asustan mucho más las batallas verbales de los políticos, las trifulcas que no conducen a nada, mientras las arrugas se nos pliegan sin que nadie vele por nuestros derechos laborales, sanitarios y sociales porque hace mucho que nos comimos a quienes podían ayudarnos.
No hay grandes manifestaciones cuando sube la luz, ni el precio de los alimentos. Nadie clama en las tertulias por ello, porque tenemos el cerebro fundido con las canciones simplonas que inundan las redes sociales. La gente tiene que recurrir a ayudas, los alquileres están a la zaga y el abuelo sigue esperando que salga la abuela, a la que tendrá que cuidar en casa solo porque empieza a tontear con el Alzheimer en sillita de ruedas.
La asistencia al dependiente está que no está, la gente llora por no reír y ríe para no llorar en un país que nunca fue más de Forges que ahora en que ya no está para sacarnos una viñeta. No ladramos a la luna, ni lloramos a mar abierto, ni nos quejamos porque hemos sido tontos que leían sin saber entender el significado de conjugar los párrafos, sin vernos envejecer y planear sobre nosotros la duda de si aguantaremos el próximo asalto.