Este verano hemos asistido a la vuelta de un programa estival que, como a lo largo de su primera etapa en antena, ha conseguido congregar a millones de personas delante del televisor, dando marcha atrás al reloj en lo que a datos de audiencia se refiere. El Grand Prix, con algunos cambios acordes a los nuevos tiempos pero el mismo formato en lo sustancial, ha logrado entretener a buena parte de los telespectadores. En este artículo se pretende arrojar luz, desde un punto de vista filosófico, sobre las causas y consecuencias de este retorno, en el marco de la reflexión sobre un sentimiento que cotiza al alza en la industria del espectáculo por su impacto en la vida de una población cada vez más envejecida: la nostalgia.
El tiempo ha sido objeto de estudio de multitud de filósofos a lo largo de la historia. Agustín de Hipona, filósofo cristiano de los siglos IV-V, se preocupó por el carácter “negativo” del tiempo. Según este pensador, el pasado ya no es, porque fue; el futuro todavía no es, pero será; y el presente se escapa de entre los dedos cada vez que creemos atraparlo. Quince siglos después, Jean Paul Sartre y José Ortega y Gasset expusieron su visión sobre la relación entre el ser humano y el tiempo, coincidiendo a grandes rasgos en su caracterización del pasado como la única esencia que determina nuestras vidas. El ser humano no tiene naturaleza, sino historia, decía el español. En definitiva, lo que en esencia somos y a la vez estrecha las posibilidades de ser libre para proyectar nuestra propia existencia es el pasado.
Estas ideas en torno al tiempo nos pueden ser muy útiles en la actualidad. Siendo el miedo la emoción que se despierta con más regularidad al pensar en lo que está por venir, vivimos en una época sin futuro. Reivindicar el presente, a pesar de los grandes avances en términos sociales y económicos vividos en nuestro país, resultaría a primera vista irresponsable si nos hacemos cargo del sentir general de la ciudadanía, y dado lo acuciante de problemas como el de la vivienda o la salud mental. ¿Qué nos queda? Volver al pasado, a las esencias, a lo que verdaderamente somos, a lo de toda la vida, a una época que, dada la ausencia de presente y futuro a los que aferrarse, aquellos que la dibujan lo hacen usando color rosa y tonos pasteles. Esta dinámica nos acerca a posturas naturalistas o esencialistas, las cuales, aplicadas a la política, pueden servir de plataforma para el auge de discursos conservadores y, sobre todo, reaccionarios.
“¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!”, nos grita el espíritu de la época. No solo el Grand Prix, también vuelven Cuéntame, Atrapa un millón o Gran Hermano. En la industria musical, podemos buscar ejemplos de canciones pop que recuperan éxitos de la década o el siglo pasado, como Las babys de Aitana (basada en Saturday night de Whigfield), Maníaca de Abraham Mateo (versión de Maniac de Michael Sembello) o Supernova de Saiko (que incluye parte de El violinista en tu tejado de Melendi).
Los programas de televisión relacionados con la música no aportan novedades sino versiones (Tu cara me suena, La voz, Cover night, Dúos increíbles…). ¿Para qué arriesgar creando productos nuevos si ya sabemos qué ha funcionado? Por no hablar de la cartelera. Este año se han “estrenado” o tiene previsto “estrenarse” secuelas de Indiana Jones, Misión imposible, Insidious, Campeones, The Equalizer, La monja, Mi gran boda griega, Los mercenarios, Saw, El exorcista, Juegos del hambre… Además de películas basadas en personajes como las Tortugas Ninja o en videojuegos como Gran Turismo, protagonistas de un tiempo que ya pasó. Ruego al lector disculpe las constantes enumeraciones, pero son útiles para desvelar que la nostalgia no se muestra en la actualidad como un sentimiento sin duda útil y reconfortante en ciertas ocasiones, sino como dispositivo carcelario de la creatividad y la imaginación, habilidades ambas que invitan a la esperanza en el porvenir.
En este punto del artículo conviene rescatar al filósofo Herbert Marcuse. En El hombre unidimensional realiza una crítica a la filosofía “positivista”, entendiendo la misma como el conjunto de ideas y teorías pensadas para la sujeción de las personas al gobierno establecido de los hechos, para la resignación en el “es lo que hay”. Al reducir la realidad a lo que sucede se cohíben las reflexiones sobre lo que debería ocurrir, sobre posibles realidades mejores. “El mundo es todo lo que es el caso”, propugna Ludwig Wittgenstein al comienzo de su Tractatus. Marcuse critica que este tipo de afirmaciones cercenan las opciones de pensar que las cosas pueden ser de otra manera y justifican la existencia de injusticias. Hoy, la corriente de pensamiento positivista (y las posturas políticas asociadas a ella) no puede echar mano del lema “las cosas son como son” como modo de evitar el cambio y la ilusión por el progreso, pues el estado de cosas actual no es lo suficientemente poderoso para conseguir dicho objetivo. Como la mayoría comparte que las cosas deberían ser de otra manera, se reconduce el descontento, la crítica y la impugnación del sistema a la reivindicación de un pasado supuestamente más feliz y menos complicado.
Antes de terminar, me gustaría volver sobre las enumeraciones previas para realizar un apunte de carácter demográfico. La generación del baby boom tiene un corpus nostálgico bien arraigado en lo que significaron los años 80, la EGB y la recuperación de las libertades. De hecho, escuchamos en los últimos tiempos a celebridades de la época enarbolar el discurso reaccionario antes descrito en torno a “eslóganes” como “ya no se puede decir nada” o “esto que hicimos entonces ya no se podría hacer”. Ahora la industria del entretenimiento se propone lo mismo con la generación posterior: los millennials (nacidos entre mediados de los 80 y los 90). Grand Prix, programa de referencia de este artículo, se emitió durante los veranos de 1995 a 2009; Atrapa un millón es un formato nacido en 2013, Saiko recupera no a Mecano sino a Melendi, la primera película de Insidious data de 2010, la de Mi gran boda griega de 2002, la de Saw de 2004, la de Juegos del hambre de 2012, el primer videojuego de Gran Turismo salió a la venta en 1997… Eso sin contar el lanzamiento de los formatos de “reencuentro” de series, películas y programas icónicos para esta quinta como Friends, Harry Potter y Operación Triunfo.
Todo vuelve, poco llega por primera vez. ¿Cómo evitar el empacho de tanto ayer? ¿Cómo darle la vuelta al anhelo por no ganar sino recuperar? Conquistando lo que no pudo pasar, pero siempre supimos que debió ser.
Pablo Pereira
Graduado en Filosofía por la Universidad de Sevilla. Profesor de Filosofía, le encanta leer y escribir. Actualmente ejerce como docente en el IES La Pedrera Blanca, en Chiclana de la Frontera, mi ciudad natal.