En un artículo de hace varias semanas, titulado “Caudal Ecológico”, informaba de los resultados de una reunión de los regantes de mi pueblo, en la que se daba cuenta de los acuerdos a los que habían llegado las seis Comunidades de Regantes del río Dílar con el Comisario de Aguas de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), que básicamente consistían en establecer turnos de riego, ante la escasez de agua que venía por el cauce del río, para así hacer compatible el mantenimiento de la vida en el mismo y las actividades agropecuarias.
Con posterioridad a esta reunión, la situación de sequía se ha agravado y, al no superarse el caudal ecológico establecido legalmente, se ha tenido que restringir el riego, totalmente, durante unos días. En el momento en el que escribo este artículo, parece que la situación de normalidad (dentro de la escasez) se ha recuperado y, supongo, que pronto todo empezará a funcionar como antes. Sin embargo, estos días de calor y falta de agua, han provocado situaciones dantescas, ante la evidencia de que se secaban las cosechas, y las iras de muchos se han volcado, no contra la situación de cambio climático, sino contra los organismos que intentan controlar la escasez, para evitar situaciones peores en el futuro.
Kate Marvel, científica del clima en la Universidad de Columbia y en la NASA, en un artículo titulado “Sequías e inundaciones” publicado en el libro de Greta Thunberg, “El Libro del Clima”, nos explica que, en general, la Tierra no fabrica su propia agua, pues simplemente administra y transforma la gran cantidad que le llegó procedente del espacio, cuando se formó. Al igual que ocurrirá cuando el Sol agote su reserva de combustible y muera, momento en que la humedad terrestre desaparecerá en el espacio, lista para mojar la superficie de algún planeta distante. Es decir, el agua, ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de estado, hasta que el equilibrio hace cambiar todo.
Cuando aumenta la temperatura, el mundo suda más, nos explica. El aire exige agua de la superficie, que cede su humedad al sediento cielo. Los océanos pueden gestionar sin problemas el aumento de la demanda. Pero en la tierra, el agua se almacena en el suelo como en una esponja. El suroeste de EE.UU. está experimentando la peor sequía de la que se tiene constancia. El sur de Europa, el Levante mediterráneo y el suroeste de Australia también están secándose, debido al aumento de las temperaturas. La sequía es la consecuencia de un planeta desesperado por refrescarse. En un planeta más cálido, cuando llueve, cae un aguacero, sufrirá sequías, pero también inundaciones. Son la señal de la injerencia humana. Que haya sequia en todos esos lugares al mismo tiempo, no es natural. Es, indudablemente, el efecto de la mano del hombre.
Taikan Oki, hidrólogo global y autor y coordinador del informe IPCC de las Naciones Unidas, nos habla también de la escasez del agua en este libro y nos dice que el agua es el mecanismo que traslada los efectos del cambio climático a la sociedad, pues aunque el mundo desarrollado pueda lidiar con la disminución de recursos y con los desastres naturales, no podrá librarse de las consecuencias de la entrada de migrantes angustiados, expulsados de sus hogares por dichos efectos. Hasta 250 millones de personas podrían verse obligadas a emigrar por estas causas hacia 2050, según estudios de ACNUR.
Pero lo peor de todo es el negacionismo del cambio climático y de sus efectos en la sequía y en las migraciones humanas. De esto habla Michael E. Mann, profesor de Ciencia Atmosférica en la Universidad Estatal de Pennsylvania. Uno de los últimos informes del IPCC de 2021, coincidía con un azote de fenómenos meteorológicos extremos y devastadores. Los “inactivistas climáticos”, es decir, la industria de los combustibles fósiles, los grupos de fachada y los políticos conservadores que están a sus órdenes, ya no pueden afirmar que el cambio climático es un engaño o un mito, pues ya está aquí.
Por tanto, ya no niegan, sino que han diseñado otra estrategia. Es lo que se denomina “La Nueva Guerra del Clima”, que busca la división (entre los defensores del clima, para que no hablen con una sola voz), generar desesperanza (intentando convencernos de que es demasiado tarde para actuar), y desviarnos (centrándonos en el papel individual, en lugar de en el papel de la industria). Pese a que el 70% de las emisiones proceden de solo un centenar de contaminadores, han introducido herramientas para que cada uno de nosotros mida la huella de carbono que vamos dejando, para que nos centremos en nosotros mismos, en lugar de en estos grandes contaminadores. La solución, nos dice el profesor Mann, es utilizar nuestras voces y nuestros votos para apoyar y elegir a políticos que quieran priorizar las acciones climáticas significativas, para así evitar hipotecar la vida de las generaciones futuras.
Efectivamente, este es el camino más potente. Pero también el más complicado. Lo estamos viviendo en nuestro país en estos momentos.