No ha de ser malo dotar de contenido los conceptos, y más si de lo que hablamos es de la noción de España. De tal forma, que sólo desde la teoría y desde la exposición de valores podrá llegarse a la praxis.
Para mí, España es una unidad de destino y una fórmula de participación para tal fin, que es el bienestar. Así, a mayor participación, mayor mismidad. Fuera de aquí todo me es ajeno, aunque cabe decir sobre la unidad que la constatación de la existencia de las dos Españas es algo que me aborrece y me preocupa a partes iguales. Mi sentido de la política es contrario al sesgo, creo en valores inmutables, es decir, no veo necesario que para que a uno de vaya bien a otro le tenga que ir mal. El hombre tiene que emanciparse de la historia basada en la dominación, por quedar obsoleta a la vista de los desafíos que tiene planteada la humanidad.
Pero vayamos a lo segundo por encontrarse allí la clave: España como espacio de participación. Es acuciante que no haya nadie excluido de luchar por su patria, pues no hay nada más frustrante y desgarrador que abrir los ojos en medio de la nada.
Si no me equivoco, a día de hoy, el apartado de participación está incluido en alguna dirección general del Ministerio de Sanidad. A lo que yo opino que debiera ocupar un ministerio en sí mismo; tal es la importancia que despierta en mí que la gente tenga una recompensa por la acción encomendada.
En este campo hay un territorio que no está explorado en demasía, por no decir que está completamente virgen: el acompañamiento y cuidado a las personas que están en grado de dependencia.
En el colectivo pro salud mental en primera persona lo sabemos bien. Es una auténtica pena que habiendo, pongamos un millón de personas que necesitan unas manos amigas para desenvolverse en el día a día, y por otra parte, dos millones de personas sin beneficio conocido, ocurra que no haya una teoría del Estado que armonice la situación. Serían trabajos con poco valor añadido, pero ¿se os ocurre algo más cristiano? Sólo cuando a uno le toca ser cuidador sabe lo que digo.
España saldría de su vacío conceptual, y las amarguras periféricas perderían clientela. Los políticos tienen que empezar a ver los beneficios del medio plazo de las medidas integradoras; que lo que se gaste en dependencia y en colectivos prioritarios tiene un retorno real, y no sólo en cifras, sino en armonía (las ideas tienen más valor de lo que pensamos).
Dice la Organización Mundial de la Salud que la salud es el bienestar físico, psíquico y social. Dice, y algo sabrán allí, que la salud pasa por desempeñar un rol social. Por extensión, si no logramos la participación del individuo patrio en su unidad de destino, estaremos haciendo de España un ser achacoso y débil, proclive a toda suerte de peligros, y empezando por el orden constitucional.
Yo también opino como la constitución que todo el mundo tiene derecho a desarrollarse en plenitud y humildad, sin olvidarse que hasta la humildad tiene un precio. Yo no sé cómo se hace, pero todo un ministerio pensando…