Snatch: cerdos y diamantes significó una magnífica carta de presentación de Guy Ritchie en el mundo de la gran pantalla. Hasta entonces el realizador se había movido en el campo del videoclip y la publicidad, y es precisamente esa estética videoclipera de montaje osado y tomas imposibles la que ornamentaba su obra con un original manto de modernidad. Eso y que la historia era vibrante y divertidísima convirtieron rápidamente este título en una cinta de culto de obligado visionado. Luego llegaron otros como la revisión del inmortal Sherlock Holmes, en los que Ritchie no renunció, bien por él, a un estilo personal muy marcado y tan exitoso como polémico.
Pero los años van transcurriendo al galope también en el mundo del cine, otros han ocupado el banco de la transgresión estética y, ley de vida, lo rompedor de este autor ya no lo es tanto; la sorprendente originalidad ha dado paso a simple seña de identidad, pero el empaque de director de importancia y los contactos en el negocio siguen presentes. Además, es consciente de ello, seguramente demasiado, y está encantado de conocerse y que así sea.
En estas, es ahora el personaje del rey Arturo con su inseparable Excalibur el que revisiona, transformándolo en un joven guapete y macarra que vapulea a los malos entre chanza y chascarrillo socarrón, pasándose por el forro de la gabardina las leyendas artúricas y en ocasiones los cánones de la eficiente narrativa de aventuras. El realizador parece haberse rodeado de amigos de postín que conforman el reparto (Jude Law y Eric Bana, que cumplen porque son grandes actores pero están en sus papeles como pulpos en un garaje, e incluso David Beckham, sí, el futbolista, como guinda del despiporre del colegueo) para una oda al giro y contragiro de cámara, exhibiendo músculo cual culturista de aquellos, con todos los perdones, que no pueden contar con demasiada materia gris.
Los elementos actuales dentro de una ambientación fantástica-medieval en vestuario, música o incluso en diálogos no quedan mal, y recuerdan a ese Destino de caballero con armaduras de marca Nike, pero mejor envuelto en ese halo de ser superior de quien se sabe artista, y los conocidos personajes del mito de los Caballeros de la Mesa Redonda, Merlín, o el propio Arturo, encarnado por Charlie Hunnam (el chulo con buena percha que mencionábamos con anterioridad) son mera comparsa, a ratos divertida, a ratos soporífera, para una trama que tiene ínfulas de ser El Señor de los Anillos, pero la épica no da para tanto por ser el rey de Inglaterra, que será un país con mucha historia y todo eso, pero no creo que sea para tanto sacrificio, ¡y menos ahora que no quieren ser amigos de nadie!
Hordas malvadas vestidas de negro, antagonista megalómano y absurdo, camaradería extrema de personajes que se conocen de dos ratos, efectos digitales muy resultones, duelo final cara a cara espada en mano… "Niente di nuovo sotto il sole", que diría un italiano o, en otras palabras, ustedes verán si les compensa una de tortas vacuas con pretensiones preciosistas.