Algunos compañeros se jubilarán el próximo curso. Con más de 35 años a cuestas y después de pensárselo, decidirán terminar su vida laboral y abrir otras puertas a otro tipo de vida que no conocen: las horas, los días, los hijos, los nietos, los viajes, los paseos sin prisa, los lunes que se confunden con los martes y los jueves con los viernes.
Jubilarse produce vértigo, miedo a lo desconocido, estar rodeado de tantas posibilidades potenciales que pueden llevarte a no saber qué hacer y por dónde empezar.
¿Se acordarán de las aulas? ¿Echarán de menos a los alumnos que pasaron por ellas? ¿Seguirán pendientes del instituto para no romper radicalmente con la docencia?
Creo que la vida son etapas que hay que pasar y asumirlas cuando te llegan. Adaptarse, saber que la nostalgia es una trampa y que queda un camino muy importante que recorrer.
Jubilarse es un reseteo con nosotros mismos, saberse que hay que reinventarse la zona de confort que nos daba la rutina y comenzar a verse con otra mirada distinta, fijarse en lo que había pasado desapercibido, escuchar de nuevo lo que oímos una vez sin darle importancia.
Elaborar rutas, leer los libros que no leímos, conocer sitios que quisimos conocer, cocinar recetas inventadas, desayunar dos veces, leer tres periódicos, ordenar y desordenar, buscar fotos que aparecerán en todos los sitios, beberse el mar, oler la tierra mojada, mirar a las estrellas sin miedo a que amanezca, empaparse en la lluvia.
Jubilarse es buscar el Dios de las pequeñas cosas que estaban ahí invisibles. Apasionarse para no perder la pasión, creer que todo está por hacer y que tu voz es fundamental para mejorar lo que sucede. Dar lo mejor en lo que hagas, hacer de cada jornada algo distinto, pasar una eternidad mirando un cuadro, ver tres veces una película, no detenerte porque pienses que no hay nada que hacer o que todo puede esperar porque un mañana es igual a otro.
Habrá que aprender de nuevo a andar en terrenos nunca imaginados, volver a sembrar la primavera en el otoño, prometerse con todas las fuerzas que cada minuto, cada segundo podremos hablar con todos los ángeles y demonios que llevamos dentro, llegar a acuerdos para que todas las heridas se cicatricen.
Decía Nietzsche que una de las características del superhombre era “amar la vida con tanta pasión que quieras que retorne con más fuerza, que vuelva, que se repita, que la eternidad dure para siempre pues esta parte de la vida puede y debe ser más interesante que la primera parte”.
En la comida de despedida brindaremos por vosotros que estaréis en todas partes.
No hay tiempo que perder.