El hecho de engañar (o intentar engañar) a los demás se ha generalizado de tal manera y hasta tales extremos que, sin temor a exagerar, podemos afirmar que la mentira es ya un componente normal de esta cultura política que, entre todos, estamos construyendo. Algunos de nuestros políticos olvidan que la credibilidad es el fundamento de su autoridad, y, como consecuencia, nos ofrecen la esperpéntica y grandiosa ceremonia de la confusión, una solemne liturgia de los embusteros. Fíjense la facilidad con la que estamos aceptando que el embuste es una forma natural de hacer propaganda, y ya no nos sorprende que, mediante exageraciones y omisiones, nos engañen con el fin de extraer provechos electorales. Tengo la impresión de que los líderes y los ciudadanos estamos convencidos de que “Es conveniente engañar al pueblo por su propio bien”. Aplican el mismo criterio que, quizás con excesiva frecuencia, empleamos con los niños: piensan que los ciudadanos no poseemos capacidad para comprender la complejidad de los asuntos políticos, económicos y sociales.
Aceptamos con excesiva facilidad que una de las tareas que cumplen los gabinetes de asesores es elaborar “falsedades saludables”. Tengamos en cuenta, además, que en la actualidad la gravedad de las mentiras es mucho mayor debido a las dimensiones globales y a la rapidez instantánea de su propagación mediante internet.
En mi opinión éste es un asunto grave que no podemos tratar con frívola ironía ni con pasiva resignación, sino que deberíamos denunciarlo con fuerza y con rigor. Los ciudadanos estamos obligados a exigir transparencia y a censurar la persistencia de la mentira en los usos políticos. No estoy de acuerdo con Maquiavelo cuando aceptaba que en la política se permiten unos comportamientos diferentes a los que prescribe la ética. Pienso que deberíamos concebir y practicar la política con una referencia explícita a los comportamientos morales. Estoy de acuerdo con la profesora Adela Cortina cuando afirma que “realmente resulta descorazonador que gran parte de la ciudadanía, de unos colores o de otros, continúe votando a políticos mendaces, incompetentes, agresivos y violentos”. En mi opinión, la difusión de bulos lo único que merece es el castigo en las urnas. Por favor, no sigamos votando a los embusteros, sean del color que sean.