Estamos en pleno proceso de elecciones municipales y autonómicas. Serán el 28 de mayo próximo. Por esta razón, los debates acerca del modelo territorial español, regulado en el Titulo VIII de la Constitución Española, cobran actualidad. Algunos de los argumentos que más se usan para promover agrupaciones territoriales son los de economía y eficiencia. Sin embargo, para defender la descentralización, se usa la cercanía al ciudadano como legitimación de esta.
Días atrás leía un texto académico de un curso sobre Técnicas Políticas y Sociales, en el que se formulaba una interesante pregunta: ¿por qué vota el ciudadano lo que vota? Para responder, el autor fijaba una serie de consideraciones previas, a modo de hipótesis de trabajo. La gente vota por expectativas. Por esto, cuando se es capaz de hacer ver a la gente que tienes alguna clave de futuro, te votan. Es decir, las elecciones son sobre el futuro. Esta era la primera hipótesis de trabajo.
Pero también se hacían otras afirmaciones, no por obvias, menos importantes. El ciudadano es el que decide. Es el protagonista y espera que hables de él, de su vida y de sus problemas. Esto significa que las elecciones son sobre la gente, no sobre los partidos, ni sobre las virtudes de los candidatos. Esta era la segunda hipótesis.
El tema de la campaña es la vida de la gente, no las encuestas. Las ofertas han de ser relevantes para los electores. Por tanto, las estrategias son para aplicarlas, no para enunciarlas. Esta sería la tercera hipótesis.
Pero además de estas consideraciones, hay una serie de factores que combinados hacen que el ciudadano tome su decisión. Tales son la ubicación ideológica previa del elector, la imagen del Partido, el liderazgo, la gestión realizada anteriormente, o el programa electoral. Pero siempre hay que considerar que el votante vota más por su expectativa de futuro que por el “agradecimiento a lo realizado”.
Quizás sea esta una de las claves del por qué, pese al esfuerzo que está haciendo el gobierno central por ayudar a los más necesitados, sigue habiendo una serie de resistencias a trasladar este agradecimiento a las expectativas electorales. Pero también hay factores durante la campaña que influyen en esta decisión. Por ejemplo, la percepción de la coyuntura política. Que se logre transmitir la importancia, sentido y significado del voto del elector. O el desarrollo de la propia campaña.
La comunicación eficaz es la estrella del marketing político y la clave para realizar un planteamiento global de diseño, racionalización y comunicación política
Teniendo en cuenta estas consideraciones, se deben fijar las estrategias de campaña. Lo más importante, definir unos objetivos que tengan en cuenta la cantidad de voto razonable que se puede obtener, los sectores sociales a los que se van a dirigir, la definición real de los adversarios, las razones para que el ciudadano nos vote. Y sobre todo, centrarlo todo en una o dos ideas fuerza. La dispersión es letal. Por regla general, “cuanto más limitados son los objetivos, más posibilidades de eficacia tiene la campaña”. Además de llevar la iniciativa de la comunicación y no estar a la defensiva. Todos estos elementos forman parte de lo que se denominan técnicas electorales.
Según explican los autores de estos textos, en las modernas democracias, el político satisface su ambición de poder conquistando voluntades ajenas. Por tanto, la comunicación eficaz es la estrella del marketing político y la clave para realizar un planteamiento global de diseño, racionalización y comunicación política. Y esta complejidad e incertidumbre en la obtención de resultados es lo que explica lo que se denomina doble profesionalización de la comunicación política. La debida a la utilización sistemática de consultores, por un lado, y la que lleva a la profesionalización de los propios políticos.
Llegados a este punto, es necesario volver a rescatar algunas de las reflexiones que se compartían con los lectores en un artículo anterior, a propósito de la conferencia del profesor Ramón Cotarelo, “De la legitimidad del Poder y la dignidad de la Política” de 2014, en su lección inaugural del curso de la UNED.
La primera era referida a la desconfianza de la sociedad en los políticos, a consecuencia de que estos han dejado de dar ejemplo de comportamiento virtuoso y no hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. La democracia es hoy, más que nunca, un régimen de opinión. La siguiente es acerca de la teoría de la decisión racional, que habla del comportamiento colectivo como agregado de conductas individuales presididas por el cálculo de costes y beneficios. En este sentido, lo que la gente quiere oír no es lo que el gobernante se imagina, sino lo que coincide con sus intereses, pues, precisamente, la sociedad de la información y la difusión universal produce multitudes inteligentes.
Combinando estas últimas reflexiones con las del principio de este artículo, se puede llegar a una conclusión un tanto comprometida, a saber, que la elección de los temas de campaña reduce la autonomía del político, atrapado en una red de presiones de todo tipo. Esto, junto a la simplificación aconsejable de los temas de campaña estaría contribuyendo a la teoría del “fin de las ideologías”.
Nuestra conclusión es que la necesaria profesionalización de las campañas electorales y el respeto a las reglas básicas de la comunicación, evitando la dispersión, no tiene por qué estar reñida con la necesidad de mantener los principios ideológicos, la ética y la seriedad del candidato. Como apuntaba en un artículo anterior, actuar de otra forma, que es lo mismo que ponerse de perfil ante los problemas, es lo que contribuye a la deslegitimación del poder. Es el eterno problema de la falta de dignidad de la política. Lo que hay que evitar a toda costa, por el bien de la democracia, si es que seguimos pensando que la democracia es el régimen político conocido más útil para conseguir el bienestar de los ciudadanos.