Son, están, nos miran, nos observan. Opinarán sobre nosotros, entrarán en nuestra vida planificando el más mínimo detalle. Seremos ellos, intentarán que pensemos como ellos, que miremos como ellos, que oigamos como ellos y que sus ideales y sus proyectos sean los que ellos pensaron para ellos olvidando que ellos no somos nosotros.
Son nuestros consejeros: padres, hijos, tíos, sobrinos, hermanos, abuelos, compañeros de trabajo y Cristo bendito que se topara con nosotros.
Te dirán que es por tu bien y que si te lo dicen es porque quieren ayudarte.
Ahí, en cada instante, aparecerán donde menos te lo esperes. No pedirán permiso para allanar tu intimidad y pegar una patada en la puerta de tu alma.
Córtate la barba, adelgaza, no tomes sal y azúcar, engorda, déjate el pelo largo, jubílate, no te jubiles, tienes que hacer deporte, no le hagas caso a ese o a otro, vas mejor sin gafas, las gafas te sientan muy bien, como operarse de la vista no hay nada. Acuéstate temprano, es mejor acostarse tarde. Ni se te ocurra tener un perro en casa, ya verás que un perro en casa es lo mejor para no estar solo. No te cases, cásate. Te arrepentirás si tienes hijos, tienes que tener hijos que se te pasa el arroz. No compres esa casa pues es mejor vivir de alquiler.
Nuestros consejeros nos darán un listado de prendas para vestirnos: desde calzoncillos hasta la bufanda de invierno.
Se meterán en la cama y querrán saber lo que soñaste, lo que te preocupa o lo que no te preocupa sobre cualquier asunto.
Hoy, sin ir más lejos, me han dicho a quién tengo que incluir en mi testamento. Me han aconsejado la cremación, otros que no se me ocurra pues es más contaminante; incluso un transeúnte que se metió en la charla opinó que lo mejor era llevar el cuerpo al monte para comida de las alimañas.
De esto hace unos días: un amigo no se quiere someter ni a la quimio ni a radioterapia a consecuencia de un cáncer, prefiere irse en paz y tratarse con cuidados paliativos; aunque advirtió sobre su decisión inapelable los consejeros casi lo matan con sus consejos.
Yo, que llevo 60 años dejándome aconsejar, lo he perdido todo, me siento timado, engañado, usurpado, robado. Soy un desaconsejado con los millones de consejos que todo bicho viviente ha ido dándome cada vez que he respirado.
Ahora entiendo a Lola Flores, la faraona, la Lola de España: ¡Si me queréis irse!