Salí de mi pueblo hacia Barcelona; esta vez sería un viaje completamente distinto; tal vez iniciático, con un destino concreto. Barcelona, aunque en verdad ese no era el punto de llegada sino el de salida.
No iba a conocer la ciudad, ni por trabajo, ni para asistir a un concierto, ni de paso, ni de nada que uno se pueda imaginar.
Pese a tener a los amigos expectantes y juiciosos, sin pensarlo dos veces llene de urgencias una maleta pequeña con lo indispensable por si tenía que quedarme toda la vida. Eso sí, los nervios y la ilusión pesaban demasiado.
Había conocido por una aplicación a un chico con el que entablé una relación de teléfono y whatsapp. Estábamos bien mientras hablábamos aunque los ‘wasaps’ inexpresivos, ciegos de contexto, fríos y sin ojos que mirar a la cara resultaron ser un ruido entre nosotros. La voz siempre espanta a los malos entendidos y procura modular el mensaje y la imagen de lo que quiere contar.
Él tenía una semana libre y yo estrenaba la semana blanca. Le propuse ir a verlo, al menos una amistad no nos la quitaría nadie. Así comenzó aquel viaje más lejano, tanto como los mares del sur. Así nos vimos en una en una vía de descanso de una autopista.
Yo me abrí en canal, como dice Sabina me desnudé sin quitarme la ropa, le robé todos los besos como si la boca fuera el pozo de los deseos. Nos sabíamos desconocidos pero actuábamos como cazadores furtivos agazapados para no ser descubiertos.
Conocimos su pueblo de cuyo nombre ya no quiero olvidarme. Preparó una cena de urgencias, una infusión de urgencias, una charla de urgencias y nos sumergimos en el mar de sus sábanas esperando que no amaneciera nunca. Caminamos Sitges, la Barcelona desconocida.
Callejeamos por la Boquería, Las Ramblas, el Nacional que era un restaurante que contenía muchos restaurantes como una matrícula Rusa. Al parecer había sido una imprenta bombardeada durante la Guerra Civil.
Saboreamos Galicia a través de sus pulpos, mejillones y pescados. Mientras tanto, hacíamos planes para las próximas horas
Volvimos de nuevo al océano embravecido de los amantes, dormimos con los ojos abiertos viendo detenerse el tiempo.
La realidad fue alejándonos, poniendo tierra de por medio. Nos vimos como aves de paso que aceleran el vuelo buscando el descanso. Me imagino que Penélope nos tendió la trampa que les prepara a los vagabundos.
Nos despedimos en la estación de Sans con un hasta pronto que era un hasta nunca. Mientras esperaba el coche recibí un ‘wasap’ que nunca habría esperado: "Cada día se aprende algo, qué gran verdad!!!!”
Hoy ha tocado aprender a comprender. Y a ello he llegado analizando el deambular de un hombre cariñoso y bondadoso , con una mirada pequeña que se desviaba en cada emoción cuando escuchaba, se emocionaba al recordar y las palabras buscaban la salida para no ser vistas, moviendo la cuchara del café.
Comprendí que la vida individual es más dura cuando te la narran en primera persona que oída de terceros... Más real .
Entendí la perfección de la noche, cómo puede la imaginación vencer cualquier barrera en la composición de una historia inventada, retando a la realidad con elegancia y modulando las imperfecciones ocultas.
Comprendí que pedir amor es humano y todos necesitamos un abrazo en algún momento, una sonrisa y un beso...
Comprendí que hablar de uno mismo libera tensiones , como parte de una terapia innata que nadie nos reveló.
Comprendí a desgranar las palabras como si fueran margaritas en manos de un niño , y ahí encontré el placer, el dolor y el saber. También la incertidumbre y el miedo.
Hoy ha tocado comprender que la intuición es necesaria y como reza en algún mármol lapidario desgastado: “Solo el tiempo pone y dispone".
Nos queda lo vivido, el presente que cada día será un fue; levantaremos los talones mirando al futuro, señalando hacia algún lugar, molestados por un sol horizontal hasta que el brillo de una luz nos susurre: ¡Te encontré!