Suele pasar. Aunque este año los nervios y las ganas por pillar asiento son mucho más evidentes. La campaña electoral comienza casi con dos meses de antelación y ahora, después de las luces de Ramadán, entran en escena las barriadas. Vivas, el alcalde, acusa a Gutiérrez y lo tilda de mentiroso; este, el aspirante, le reta a visitar con él cada rincón y mientras tanto Fatima Hamed aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para mofarse del duelo e intentar rascar beneficio. Suele pasar, cuando hay votos que llevarse a la saca las formaciones hablan, critican y hasta se retan; cuando no hay votos, ni uno solo de esos partidos políticos mueve un dedo por resolver problemas o posicionarse ante injusticias que están a la vista de todos.
Es un hecho. No miento. En Ceuta sabemos mucho de pisotear derechos humanos y en Ceuta sabemos mucho también de cómo torcer de manera maliciosa esa burla. Las formaciones callan y miran a otro lado cuando se trata de situaciones que no les generan una rentabilidad, por eso la sociedad está cada vez más alejada de esos programas y mensajes de los partidos.
Las barriadas sí son rentables, siguen siendo el yacimiento de votos y los lugares donde hablar y prometer demasiado. También los sitios en donde creer hasta lo imposible. Nadie puede contra ese ‘pateo’ de barrio en barrio para hacer calar el (no) programa que todavía sigue vendiéndose.
Y así comenzamos un periplo de promesas y duelos de titanes tan grotesco que en pleno siglo XXI todavía hay rincones en Ceuta en donde se pide una marquesina, cuatro farolas o un contenedor. Sin contar los rincones en donde ni siquiera se cuenta con una mínima infraestructura residencial.
Las barriadas son el oro de los partidos, son los clavos ardiendo a los que aferrarse para soltar los cantos de sirena que campaña tras campaña siguen repitiéndose. Nosotros, en cuestión de flagelación, nadie nos gana. En el fondo nada cambia bajo el sol.