Nuestro, hasta hace poco, respetado profesor Tamames, nos sorprendió en su última comparecencia en el Congreso de los Diputados, a propósito de la fallida moción de censura de la ultraderecha contra el presidente Sánchez, con una pretendida clase magistral de economía aplicada, que chorreaba aceite por todos los lados. Nos explicaba, a propósito de la abusiva subida de precios por la Guerra de Ucrania y de las medidas del gobierno de España para ayudar a los más necesitados, cómo los Gobiernos no deben hacer nada frente a la competencia ¿perfecta? de las compañías privadas, pues esto nos traería una situación muy complicada para la deuda pública y el futuro del país. A lo más que se puede llegar, nos decía, como si de un viejo profesor de ciencia política se tratara, en lugar de economista, es a tirar la toalla y a convocar las elecciones de forma anticipada, para que otros solucionaran lo que, a su juicio, era una situación catastrófica. Ni más datos, ni más alternativa, ni más estudios que avalasen sus críticas, ni más propuestas. La antítesis de la sana crítica y del pensamiento científico, que debe presidir las actuaciones de los que han ejercido de profesores universitarios.
Dicho así, el autor del famoso libro de Estructura Económica de España, que muchos lo teníamos como libro de consulta, lo único que ha hecho es explicarnos la vieja teoría económica liberal de Adam Smith sobre la oferta y la demanda, que tantos de su nuevo partido adoran, pero con palabras entrecortadas y con quejas por lo largas que son las sesiones del Congreso para un hombre tan mayor como él. Una cosa así como aquello del “caldito” de la ministra en la crisis de las vacas locas ¿La recuerdan?. Por cierto, también excomunista. Si suben los precios, tendremos menos ingresos y, si esto es así, nuestra deuda se incrementará. Por tanto, hay que reducir el gasto público, para que se vuelvan a bajar los precios. No incrementar los salarios, ni dar dignidad a los trabajadores. Esto es, según Adam Smith, como si una “mano invisible” actuara sobre el mercado y nos condujera nuevamente al equilibrio. Pero a estos liberales de nuevo cuño se les olvida un pequeño detalle. Que hay productos que no podemos dejar de comprar, aunque nos suban los precios. Y por ello, hay que ayudar a los que menos tienen para que puedan comprarlos. Total, como economista que soy, toda una decepción al escuchar al que yo tenía por un “sabio” en los conceptos de esta ciencia. Lo curioso es que ha tenido el valor de poner a la venta la conferencia que nos dio, con sus correcciones personales hechas a mano. El colmo del esperpento.
En un debate televisivo que he participado esta semana en la televisión local de Granada TG7, nos preguntaba el veterano periodista Agustín Martínez a los participantes sobre nuestra opinión respecto a la moción de censura de la ultraderecha de VOX. Lo que yo dije era que había perdido la democracia, pues se había demostrado cómo es posible utilizar la Ley de forma torticera, con fines espurios y distintos a su finalidad. En el caso de una moción de censura, la misma debe hacerse para censurar la actuación de los que detentan el poder, pero también para ofrecer una alternativa de gobierno seria y coherente. Nada de esto ocurrió. Lo que pudimos ver es cómo un partido de ultraderecha, que no cree en la democracia, ha utilizado sus instituciones y los mecanismos de control democráticos, para hacer propaganda electoral. Es decir, para un fin distinto al que tiene.
Pero también fuimos testigos de cómo algunos de los que fueron protagonistas de nuestra “transición”, se resisten a dejar la primera posición en la política y son incapaces de permitir que el testigo sea cogido por otro tipo de políticos, que también tienen derecho a equivocarse. Que actúen de esta forma y que se atrevan a revisar la propia historia, haciendo suyas las tesis de la ultraderecha, que culpa por igual a ambos bandos de las trágicas consecuencias de la Guerra Civil, y no al general golpista que la inició, Francisco Franco, es patético y esperpéntico.
El Diccionario de la lengua española define la demagogia como “una práctica política consistente en ganarse con halagos el fervor popular”. En general se identifica con apelar a las emociones para ganarse el apoyo popular (populismo), mediante el uso de la retórica y la propaganda. Aunque Aristóteles, no muy dado a la democracia, identificaba la idea de la demagogia con el gobierno de los pobres en democracia (¡si levantara la cabeza!). Esto es lo que podemos leer a diario en muchas de las opiniones que se publican en la prensa, o escuchar en las tertulias televisivas y radiofónicas.
En un magnífico libro de Ferrán Ramón-Cortés titulado: “La isla de los 5 faros” (ediciones RBA integral), cuya lectura aconsejo, el autor, a través de un recorrido por los cinco faros más importantes de la isla de Menorca, nos explica lo que, a su juicio, son las cinco claves de la comunicación: “la necesidad de tener un único gran mensaje; de hacerlo memorable a través de las historias; de utilizar un lenguaje que conecte con la gente; de estar pendiente de lo que la gente capta, no de lo que uno quiere decir; y de estar convencido e invitar en lugar de intentar convencer”. Nada de esto ha ocurrido en la presente moción de censura.
Después de lo visto, oído y leído, y de lo que, con toda seguridad veremos, oiremos y leeremos en adelante, creo que estoy en condiciones de afirmar que, para nuestro Valle Inclán estos episodios serían, sin lugar a duda, una fuente inagotable de inspiración para nuevos “Esperpentos”, pues se basan en lo “grotesco”, como forma de expresión, y están sustentados en la “deformación sistemática de la realidad”, como manera de proceder.
Es lo que han hecho el Sr. Abascal y su candidato, el profesor jubilado Tamames; y también el Sr. Feijóo, con su desaparición de la escena pública durante el debate de dicha moción, y la abstención de su grupo a la misma. Es decir, han quedado retratados los que sólo les interesan las instituciones para socavar la democracia desde dentro y ponerlas a su exclusivo servicio.