El pasado sábado se realizó la enésima intentona de conectar con el público en la ceremonia de entrega de los Premios Goya, ya van 37 ediciones, esta vez desde Sevilla (Oleeeee, que dirán automáticamente los sevillanos).
Podría centrar mi crónica destacando que la fabulosa, ya lo dijimos en su momento, As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, ha arrasado en el palmarés siendo no sólo la Mejor Película de la noche, sino copando con un total de nueve goyas, incluyendo entre otros premios gordos Mejor Dirección (Sorogoyen), Mejor Actor Principal (Denis Menochet), Mejor Actor de Reparto (Luis Zahera), o Guion Original.
Podría también centrar mi opinión sobre la gala en el Goya Internacional, que siempre aporta glamour y en este caso también un toque de elegancia con la galardonada, Juliette Binoche, hecho que también hermana en cierto modo con el cine francés que a veces se nos parece tanto y en otras muchas ocasiones somos completos desconocidos el uno del otro.
Centrándonos en ganadores, podría también resaltar como una de las piezas principales de mi discurso el reconocimiento a uno de los grandísimos de la música en español, el maestro Joaquín Sabina, que ha ganado (junto a Leiva) en su tercera nominación el Goya a la Mejor Canción por el documental sobre su figura “Sintiéndolo mucho”. Justo y muy necesario.
Resulta evidente que uno de los elementos que obligatoriamente hay que resaltar es el hecho de que se haya visibilizado la diversidad con Telmo Irureta y Laura Galán (Mejor Actor y Actriz Revelación respectivamente, normalicemos la discapacidad y digamos no con mayúsculas al bullying).
En estos casos suele llevarse su pequeña cuota de escarnio pasando más o menos de puntillas, según la elegancia con la que se quiera tratar el tema, la gran derrotada de la noche, este año Alcarrás, que con el saco de nominaciones que tenía, se ha marchado completamente de luctuoso vacío.
Todo esto sería muy grosso modo la lista de puntos destacables de una gala estándar y normal. Puede que incluso me parase en mencionar alguno de los aciertos y errores, todos los años los hay y suelen repetirse (se me vienen a la cabeza alguno de los primeros y bastantes de los segundos), pero este año no es uno normal. Este año no. Llevo varios meses mascullando la justicia del Goya de Honor para Carlos Saura, con el que se abrió, por cierto la gala, uno de los aciertos. Llevo varios meses diciendo que en 37 años de existencia, bien podrían habérselo dado (mucho) antes, que no es necesario esperar a que un mito del cine español como el director aragonés, traspase los noventa años para pensar en dárselo. Y no es que sea plan de pensar que se nos puede morir por el camino, no hay que ser agoreros, y no suma en los méritos la avanzada edad, pero seamos un poco inteligentes, que tanto va el cántaro a la fuente que puede romperse. Pues se rompió. Carlos Saura murió, a los 91 años, un día antes de recibirlo, y en su nombre lo hizo su familia, en el momento más emotivo (y frustrante) de la noche. Añado con un toque de pataleo y no poca tristeza que hace meses que vengo argumentando desde este mismo espacio que el maestro Saura hace bastantes años que debería haber disfrutado en vida del Goya de Honor a una carrera más que ejemplar, adornando el rincón de su casa que le diese la real gana…
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