En un banco de la Ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un filántropo desfaciendo entuertos para los indigentes, desheredados y niños que no tenían ni un mal caramelo que echarse a la boca.
Este hidalgo acudía a las llamadas de auxilio cuando el pueblo reclamaba su presencia para combatir necesidades de todo tipo.
Llamole un malandrín para robarle la cartera con malas artes y engañifas. Le expusieron que quedarían chicos sin juguetes un día tan señalado como el de reyes.
Mi Señor, le dijo al caballero andante de las buenas obras que resolvía entuertos, estamos haciendo una campaña para otorgarle un presente a infantes desheredados en estas fechas.
Presto, recorrió con sus apenados ojos el listado de regalos y eligió con el corazón sin pasarse por la cabeza lo que ocurriría.
Al llegar a Benítez, que allí vivía, abrió su alcancía y comprobó que a su donativo le habían cargado tres euros por hacer la operación en caja y no en el malvado cajero con boca de tragarse al más pintado.
No había Rocinante ni galgo que corriera como Alfonso Quijano, que así se llamaba el desfacedor de entuertos.
Presentose en el recinto de galeotes, chusma y malandrines y, bebiendo el bálsamo de Fierabrás, alzó su potente voz que provocó el aplauso de los próximos timados:
Satanases, gente soez y de mala caradura, devolverme los tres euros.
Alfonso Quijano pateó el suelo, se subió por las paredes, llamó a la niña del exorcista y amenazó con invocar a Hannibal Lecter si no se le devolvían las tres monedas hurtadas.
La directora de la cueva de Alibabá llamó a sus cuarenta sucursales y accedió bajo amenaza de espada.
El hidalgo provocó las risotadas y burlas de los que serían robados en la próxima transacción.
El hidalgo, Alfonso Quijano, confundió a la directora de otro banco con Dulcinea del Toboso y le relató sus conquistas. Aldonza, que así se llamaba, inquirió la presencia de los matasanos y allí fue humillado al ser atado con camisa de fuerza.
Presto a ser apedreado por el gentío, pensó nuestro caballero que los usuarios habían sido cegados por el mismísimo Belcebú. Así siguieron apoquinando los tres euros mientras la gente soez y de mala caradura anunciaba sus millonarios beneficios.