Ayer se celebró el día de la paz en el mundo; todas las instituciones se hicieron eco e interrumpieron la rutina cotidiana con diversos actos: discursos, suelta de palomas, globos al aire, poesía, manifiestos apoyando la jornada, llamamiento a la reconciliación, canciones, himnos, murales, coros. De todos los modos que se puedan imaginar el mundo se vistió de blanco.
Resulta curioso celebrar este día mientras el planeta cuenta con cientos de guerras declaradas, conflictos que ni siquiera conocemos porque nos importan un comino o nos cogen al otro lado del globo terráqueo.
Celebrar la paz es hablar de la guerra, de los estados que venden armas, de los países que las provocan, del petróleo, de los puntos estratégicos, de las personas que importan un pepino, de la pobreza, de la enfermedad, de las bombas que podrían destruirnos miles y miles de veces.
Y aquí, mientras tanto, echamos confetis al viento mientras nos llenamos la boca con peticiones que guardan la parafernalia y las alharacas de siempre.
Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre). Si vis pacem parabelum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Hobbes y el Imperio Romano lo llevaban escrito en sangre.
¿Qué podemos hacer los individuos? ¿Cómo supera e ir más allá de la fiesta?
Pensar en un compromiso personal no estaría nada mal, acciones valientes, rotundas, firmes y de denunciar lo que atenta contra la justicia que provoca el conflicto.
El tercer mundo mira al primero desesperanzado porque son conscientes que serán carne de cañon, mandé quién mande.
Estar en pie de paz es construirla en los ámbitos cotidianos en los que nos desenvolvemos: en la educación, con los vecinos, con los que tenemos enfrente. Así seremos los eslabones de una cadena que de la vuelta a la tierra. Así hasta derrocar a los señores de la guerra que están en todas partes proclamando su hipócrita buenismo.