Días atrás se ha celebrado una importante cumbre hispano-francesa en Barcelona, en la que se han firmado acuerdos de cooperación España-Francia, de la misma importancia que los celebrados en su día entre Francia y Alemania, o entre Francia e Italia. España ya disponía de un acuerdo similar con Portugal, pero Francia se le resistía. La crisis energética internacional y el aumento de precios, causados fundamentalmente por la guerra iniciada por Rusia en Ucrania, ha ayudado a que se realizara esta cumbre, en la que, además de formalizar el acuerdo para la construcción del corredor de hidrógeno verde entre Barcelona y Marsella, se han firmado otros importantes protocolos.
De esta cumbre se ha de destacar el discurso del presidente Emmanuel Macron sobre los nacionalismos y la extrema derecha. El nacionalismo extremo es el odio al otro. Igual que la extrema derecha, nos ha dicho. La extrema derecha apoyó el antisemitismo y la xenofobia en el pasado. Actualmente también. Y además quieren cambiar el Estado de Derecho desde dentro. Cuando gobiernan, la libertad de expresión, la independencia judicial o la independencia de la prensa, se ven amenazadas. Ser patriota no significa odiar o entrar en guerra con los vecinos. Los nacionalistas, al igual que la extrema derecha, odian a los otros. No hay que dejarle a la extrema derecha el monopolio de la respuesta a las necesidades de las clases medias y trabajadoras. Las democracias son frágiles, y hay que defenderlas día a día. Nada es permanente. Y la extrema derecha lo sabe. Por eso es importante no ponerse de perfil, ni realizar acuerdos con la extrema derecha, pues eso será malo para el futuro.
En octubre de 2013, el profesor Ramón Cotarelo impartió la Lección Inaugural del inicio del curso en la UNED. El título de la ponencia fue “De la legitimidad del Poder y la dignidad de la Política”. He accedido a una lectura detallada y profunda de esta conferencia, a consecuencia de una actividad académica que se está realizando en el marco de unos cursos de postgrado sobre capacitación en técnicas políticas y sociales de esta Universidad. Lo que más me ha sorprendido es la tremenda actualidad de lo que hace casi 10 años nos explicaba el profesor Cotarelo, que tiene muchísima relación con el discurso del presidente Macron al que hemos hecho mención anteriormente. Veamos.
La primera cuestión que resaltaba el profesor era que la actual crisis económica y medioambiental (de entonces y de ahora) está caracterizada porque la culminación del progreso ha llevado a una globalización, pero también a una constatación de las diferencias de riqueza, de las desigualdades y de los datos aterradores sobre pobreza, hambre, mortalidad infantil o epidemias. La novedad de su discurso era que consideraba que esta situación es obra nuestra. Nosotros somos los culpables de esta situación, pues somos los que hemos consentido y vivido en las condiciones que han llevado a esto, nos explicaba. Pero también indicaba, como segunda cuestión, que esta culpa individual no podía ni debía extrapolarse a una especie de culpa colectiva, para intentar redimir nuestra responsabilidad moral personal.
La tercera cuestión que abordaba era cómo podría ser reformada esa realidad injusta. La respuesta es con educación, con comunicación y con debate. Si esto se hubiera hecho, nos recordaba, la política hubiera sido útil y entonces podríamos culpar a la sociedad de lo que es culpa individual. Y esto enlazaba con la cuarta cuestión, referida a la definición de los atributos que deben acompañar a los gobernantes en su actividad. Ser virtuosos e intachables. Ser prudentes, magnánimos y honrados. Y estos atributos llevarán a la veracidad en los discursos, al libre debate, a la comunicación y a la deliberación.
La quinta reflexión versaba sobre la desconfianza de la sociedad en los políticos, a consecuencia de que estos han dejado de dar ejemplo de comportamiento virtuoso y no hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. La democracia es hoy, más que nunca, un régimen de opinión. Y si esto es así, la sexta y más importante cuestión es la que fundamenta la legitimidad del poder. Aunque antes ha de dilucidarse si en la era de internet y las TICs, el consentimiento puede fabricarse. Los resultados electorales de Trump en América, Bolsonaro en Brasil o Meloni en Italia, parecen corroborarlo. Y, sobre todo, confirman que es imposible llegar a soluciones de equilibrio permanentes. No hay más que soluciones transitorias, reversibles, en función de cambios de criterio de las mayorías. La época de las mayorías absolutas parece que ha llegado a su fin.
La séptima materia tratada nos llevaría a preguntarnos si este cambio que propician las mayorías con su voto es una especie de cheque en blanco hasta las siguientes elecciones. La respuesta, según el profesor, ha venido, curiosamente, del movimiento feminista, al partir del principio de que “lo personal es político”, que negaría que la intimidad sea impenetrable y que el comportamiento externo público deba ser distinto al privado. Esto nos llevaría a deslegitimar el poder y a los gobernantes que con su acción moral hacen lo contrario de que públicamente predican y defienden, aunque se les haya votado.
En la teoría política moderna existe lo que se llama la teoría de la decisión racional, que habla del comportamiento colectivo como agregado de conductas individuales presididas por el cálculo de costes y beneficios. En este sentido, lo que la gente quiere oír no es lo que el gobernante se imagina, sino lo que coincide con sus intereses, pues, precisamente, la sociedad de la información y la difusión universal produce multitudes inteligentes.
Esto es lo que aclararía el panorama de la situación política actual. La desigualdad, la falta de libertad, la explotación y la negación de derechos serían los cuatro pilares de una biopolítica de la represión, que trata de devolver a la ciudadanía al pasado de la injusticia, siendo las propias personas las causantes, individual y no colectivamente, de esta involución. Y en esta situación, sería el gobernante, individualmente, el que con su acción moral concreta, no debería predicar públicamente lo contrario a sus convicciones morales, para defender y amparar los intereses faccionales frente a los generales, por meros cálculos estratégicos en beneficio propio y/o de su secta.
Actuar de esta forma, que es lo mismo que ponerse de perfil ante los problemas, es lo que contribuye a la deslegitimación del poder. Es el eterno problema de la falta de dignidad de la política. Lo que hay que evitar a toda costa por el bien de la democracia.