En este artículo quiero hablaros… de los griegos. Sí, lo sé ya está el pesado de filosofía con los griegos. Sí, también sé que diréis que son unos tipos que murieron hace tropecientos años y que su mundo no tiene nada que ver con el nuestro.
Bueno, de esto último no estoy tan seguro. ¿De verdad la Grecia antigua y la Europa del siglo XXI son tan diametralmente diferentes que lo que dijeron unos señores en bata y con barba no tiene nada que aportar a las personas que llevamos la inteligencia en el bolsillo? Si quitamos toda la parafernalia de metaversos, redes sociales donde todo es pose y escritura sin lectura, pantallas a millones vacías de contenidos y plenas de entretenimiento rápido y olvido más rápido aún en la que estamos imbuidos, es decir, si nos quedamos solo con los seres humanos de carne y hueso y sus problemas podemos ver que el individuo del siglo XXI y el que vivía en el llamado periodo helenístico realmente no son tan diferentes.
Tanto unos como los otros vivimos, o vivían, un periodo de crisis (crisis en sentido griego de cambio dramático) que los llevó a ellos y nos lleva a nosotros a un sentimiento de pérdida, soledad, abandono o vacío que requiere ser llenado de alguna forma. Nuestro mundo, al igual que el de los griegos desde la invasión macedónica, está cambiando tanto y tan rápido que nos deja fuera de juego, “la realidad es líquida”, como diría Bauman en nuestros tiempos, y nada permanece ni siquiera aquello que dábamos por más asentado. Por todo lo anterior, creo que es fundamental volver la mirada a aquellos que vivieron tiempos similares y ver su repuesta por si nos fuera de ayuda.
Podríamos ver a los cínicos que solo necesitaban el sol o a los hedonistas de Aristipo de Cirene que pueden ser los que más se parezcan a la mayoría de nosotros o a Epicuro y su jardín del placer con mesura pero creo que los que pueden enseñarnos más cosas son los estoicos (los cuales no deben ser confundidos con ese delantero del Barcelona que jugaba allá por los ya lejanos años noventa, no tienen nada que ver los unos con el otro).
¿Qué nos pueden enseñar los estoicos a los hombres y mujeres de la era tecnológica? Lo que nos pueden enseñar es la ataraxia; vaya que no nos alteremos o como decía Bobby McFerrin a finales de los 80 “Don’t worry Be happy”. Aunque esto sea una explicación rápida, y no muy precisa, sí que puede darnos una aproximación a lo que se referían Zenón de Citio, Cicerón, Séneca o Marco Aurelio. Ellos pensaban que para ser feliz lo fundamental es no sufrir alteraciones del ánimo y vivir tanto lo positivo que nos pase como lo negativo con naturalidad y sin grandes expresiones ni de júbilo ni tampoco de desesperación pues poco o nada está bajo nuestro control porque estamos predestinados y el destino es imposible torcerlo.
Ahora me diréis que si todo está predestinado, entonces no hay libertad y haréis bien si lo hacéis. Ciertamente, la idea del destino es una idea que cuando menos chirría pero sí podemos sacar la siguiente lección de la ataraxia estoica.
La mayoría de las cosas que nos ocurren son fruto de circunstancias que nos son sobrevenidas y que poco o nada podemos hacer nosotros por evitar que sucedan, así que, ¿por qué celebrar que te ha tocado lotería si solo ha sido un golpe de suerte o lamentarnos que por una crisis provocada por la avaricia de señores con traje o una pandemia mundial tu empresa tenga que cerrar? Lo que quiero mostrar es que como decían los estoicos alterarse por cosas que no está en nuestra mano controlar tiene poco o ningún sentido pues solo nos causa una alteración del ánimo que nos puede llevar a cometer actos impulsivos que nos terminen pasando factura o haciendo que nos frustremos sin obtener nada a cambio por nuestro sufriendo.
¿Cuál era la receta de los estoicos para alcanzar la ataraxia? Dos eran las recomendaciones principales de los estoicos. La primera era vivir conforme a la naturaleza, es decir, aceptar el destino o si lo preferís aceptar que no todo depende de ti y que si no puedes hacer nada por evitar algo no debe preocuparte.
Os pongo un ejemplo, a Séneca lo mandó asesinar Nerón, emperador del que había sido consejero, sabiendo que no podría esconderse del emperador decidió suicidarse (no sin dificultades) antes de que Nerón lo matara de forma horrenda; en definitiva si vas a morir muere bien. La segunda es el ascetismo, es decir, no desear cosas superfluas. ¿Eso quiere decir que no se debe desear vivir bien? No, Séneca fue consejero y mentor de un emperador romano y Marco Aurelio fue emperador (durante una pandemia brutal), es decir, obtuvieron puestos de muchísima responsabilidad y que les reportaban comodidades muy superiores a las de sus coetáneos, en definitiva, vivían muy bien.
El ascetismo debemos entenderlo como desear aquello que está en nuestras posibilidades y no desear más de lo necesario para vivir bien. Yo puedo desear tener una casa más grande o un coche más potente pero ambos están fuera de lo que puedo pagar, por tanto, me creo un daño absurdo e innecesario por desear algo que no está en mis posibilidades reales (al menos de momento). Como esos deseos me llevan a sufrir mejor no desear esas cosas.
Lo mismo sucede con quien siempre desea más. Esa persona nunca estará satisfecha con lo que posee y vivirá frustrada e infeliz porque no sabe apreciar lo que ya tiene, como ese Gordon Gekko que interpreta Michael Douglas en la película Wall Street para el que nada es suficiente salvo tener todo. Visto todo lo anterior puede parecer que el estoicismo nos lleva a la inacción y al conformismo, es decir a ser pasivos y recitar constantemente esa frase que decía “virgencita que me quede como estoy”.
Nada más lejos de la realidad. Esta corriente de pensamiento nos lleva a centrarnos en aquello que sí podemos hacer para mejorar nuestra vida (y la de los demás si estuviera en nuestra mano) y no lamentarnos por aquello de lo que nos somos culpables. La segunda gran lección es disfrutar de lo que tenemos que sea mucho o poco es nuestro y nos lo hemos ganado.
No tiene sentido vivir pensando en aquello que no tenemos, pues nos hace perder la oportunidad de vivir nuestra vida soñando constantemente con una vida que no es nuestra y que no puedes saber si estarías más feliz viviendo esa otra vida soñada, pues como dijo Calderón “los sueños, sueños son”.
Rubén Puentes Amador
Me licencia en Filosofía por la Universidad de Granada en el año 2007. Licenciado en Filosofía por coincidencia, profesor por vocación, llevo dando clase desde 2015 por diversos centros de Andalucía.