Solemos aceptar que cada uno es el principal actor de su crecimiento humano, pero no siempre reconocemos con la misma claridad que también somos nosotros mismos quienes, a veces, ponemos los mayores obstáculos para seguir mejorando. En mi opinión el afán perfeccionista que define a las personas egocéntricas y a las narcisistas constituye un freno y una barrera invencible porque impide caer en la cuenta de que servir para algo y, sobre todo, servir a alguien son las sendas más directas para nuestro crecimiento humano.
La convicción de que los intereses propios son los únicos importantes nos incapacita para interpretar los significados y los valores de las realidades objetivas y nos impide vivir y convivir. Es ahí donde, a mi juicio, se explica cómo cuanto más incompetentes somos, más seguras son nuestras decisiones y más nos sobrevaloramos a nosotros mismos y, por el contrario, cuanto más competentes somos en algunos asuntos, más inseguros nos mostramos. A veces, incluso, cuanto más ineptos somos, también, mayores dificultades tenemos para reconocer nuestra propia incapacidad. No deberíamos extrañarnos demasiado si tenemos en cuenta que, desde Sócrates, los verdaderamente sabios nos vienen repitiendo que la sabiduría consiste en la progresiva toma de conciencia de su radical ignorancia.
Si prestamos atención descubrimos cómo los más torpes se esfuerzan, frecuentemente de manera compulsiva, en acumular información para así compensar sus desequilibrios y ocultar sus carencias de inteligencia. Están convencidos de que, colmando la despensa de la memoria con datos, con números, con fechas y con nombres, disimulan su ineptitud para digerir y para asimilar los alimentos realmente sustanciosos. Los conocimientos por sí solos no les aprovechan ni aumentan su tamaño humano, no los hacen más conscientes, ni más críticos; no les descubren sus propios límites, ni el sentido de la realidad ni les revelan sus inmensas ignorancias.
Algunos están convencidos de que, porque se empacharon de lecturas en su adolescencia, ya tienen alimento asegurado en su vejez. El día en el que lleguemos a la conclusión de que ya no nos queda nada por aprender, es porque alguna enfermedad mortal está aniquilando nuestra capacidad mental. No caemos en la cuenta de que la sobreactuación, la ausencia de autocrítica, el autoengaño, la autosatisfacción y la autocomplacencia, constituyen los frenos más potentes para nuestro crecimiento personal. Felicidades, queridas amigas y queridos amigos.
A riesgo de incurrir en una posición gregaria, le reconozco y me identifico plenamente con el retrato que usted muestra en su artículo, principalmente en su penúltimo párrafo ya que en mi caso, las inquietudes literarias desde la juventud fueron muy escasas. Sin embargo, una vez descubierto su maravilloso espacio literario, he incurrido en la postura contraria, querer digerir demasiado alimento con el consiguiente entorpecimiento de metabolizarlo adecuadamente. Espero y confío plenamente en localizar esa mecánica de trabajo que me permita crecer como un lector crítico y moderado en la interpretación de la vida a través de las letras.
Como siempre, eternamente agradecido por anunciar y denunciar lo que uno es y lo que va siendo.
Feliz Navidad y Feliz entrada y continuidad al nuevo año. Nando.