No lo neguemos: hay debate. La RAE define debate como “controversia”, también “contienda, lucha, combate”. Podemos seguir con más sinónimos: polémica, discusión, disputa, porfía. Y algunos más. Pero nunca encontraremos “diálogo”, porque no es un sinónimo y, en muchos casos, es un antónimo descarado.
Hay debate sobre la educación. ¿Qué papel cumple en ella la memoria? ¿Cuál los contenidos? ¿Debe ser competencial? ¿Cuánto participa el profesor en la autonomía de aprendizaje del alumno? ¿Ha de formar ciudadanos, empresarios, profesionales, buenas personas o personas cultas? ¿Está siendo un fracaso? Y así, expertos, políticos, profesores, tertulianos, polemizan sobre una discusión que parece no tener fin. Por cierto, ¿qué tienen que decir los niños y las niñas sobre este asunto? Parece que nada, a pesar de que permanecen al menos treinta horas semanales de sus vidas sentados en un aula.
Se dice que Sócrates (s. IV a.C.) salía cada mañana al mercado o a la plaza pública, allí donde aún se reúne todo aquel que quiera comprar o enterarse de algo, a preguntar a la gente cuestiones sospechosamente triviales. Platón nos muestra un ejemplo en uno de sus Diálogos: a un zapatero le espeta, “¿qué es un zapato?”, y podemos imaginarnos al pobre hombre agobiado por las preguntas de Sócrates, concluyendo al fin que no es capaz de definir qué es un simple zapato. En clase, a veces, hago este tipo de preguntas. ¿Qué es un pantalón? ¿Qué es una silla? Tras varios intentos, los alumnos se dan cuenta de que siempre hay excepciones que no cumplen la definición. Es entonces cuando aprovecho y les hago ver la dificultad de definir conceptos abstractos como verdad, bondad, ciudadanía, belleza o amistad. Pues, ¿de qué hablamos cuando hablamos de, por ejemplo, la justicia? ¿Estamos dialogando de lo mismo, o es una mera discusión de impresiones subjetivas, sin posibilidad de un razonamiento común? ¿Quién podría apropiarse de un concepto tan volátil?
Desde los años 70 del siglo XX hay una corriente pedagógica, nacida en el seno de la filosofía, que en España se ha dado a conocer con el nombre de “Filosofía para niños y niñas”. Su metodología está basada en el diálogo y en el reconocimiento socrático de que, en realidad, “solo sabemos que no sabemos nada”. Desde su origen, la filosofía ha sugerido que solo reconociendo la propia ignorancia uno está llamado a hacer, y hacerse, preguntas destinadas a tratar de obtener una respuesta, pues sin curiosidad y sin capacidad de asombro no hay pregunta que valga. Desde Sócrates, la filosofía ha demostrado que, puesto que somos seres esencialmente sociales y, por ello, somos ciudadanos antes que individuos, una respuesta auténtica solo se consigue a través del diálogo con los demás.
¿Qué quiere decir esto?
Déjeme, lector, recordarle aquí un poemita de Machado que nos viene como pregunta de Sócrates (es decir, como anillo al dedo …): “para dialogar,/ preguntad primero;/ después…escuchad.”
No nos engañemos, la Filosofía para niños (FpN) es una traición a la tradición filosófica, ya que propone el fin de la separación entre el que sabe (profesor) y los que no saben (alumnado), aunque respeta que cada cual tiene una función que cumplir en el aula. Ejemplos del papel del profesor: dirigir, no ideologizar; preguntar, no responder; aclarar y pedir aclaraciones; redirigir el diálogo cuando este se convierte en una sucesión de opiniones personales (en un debate); ha de ser, además, flexible, pero también riguroso, puesto que la FpN fomenta lo que se ha venido en llamar las tres “ces” del pensamiento: crítico, creativo y cuidadoso.
Pero también el alumnado tiene lo suyo. Ha de aprender distintas y complejas habilidades del pensamiento, como problematizar, conceptualizar, interpretar, argumentar, sintetizar, definir, relacionar, o coevaluar. Y más aún, numerosas habilidades actitudinales: desprejuiciar, autoconocerse, saber escuchar activamente, saber tolerar, razonar con otros, o responsabilizarse (también de las propias palabras). En la metodología socrática se pierde la egolatría y se descubren los propios límites. Y se aprende, de una manera práctica, una máxima que parece, como qué es un zapato, de sentido común: nadie posee la verdad absoluta porque, en el fondo, nadie sabe nada. ¿No es esto la esencia de la filosofía?
Por ello no es extraño cuando los profesores de filosofía reivindicamos esta materia desde primaria. Es cierto, la historia de la filosofía está plagada de autores difíciles y de párrafos, o libros enteros, incomprensibles. Pero no es esta la cuestión que aquí estoy tratando. Se trata más bien de implantar (seamos ambiciosos) la filosofía como actitud, como una forma de ver las cosas, como, si se quiere, una forma de vivir en la que el diálogo (y no la controversia, la disputa, la discusión, la contienda, la lucha, el combate y la porfía) forme parte integral de nuestra cotidianeidad. Por ello, filosofar con niños y niñas es, para nosotros, la cuestión central del “debate” educativo. Y hacer, con ello, del aula un hogar, no separado de la calle, de la casa, del mercado, del Parlamento.
Busquen su asociación de FpN cerca de su localidad, seguro que hay alguna, cada vez hay más. Allí encontrarán maestros y maestras de infantil y primaria, profesores y profesoras de economía, lengua, historia, o física, orientadores escolares, gentes curiosas y profesionales de todo tipo que quieren, por fin, filosofar como Sócrates. Porque, dígame, a ver si pensamos juntos: ¿qué es un zapato?.