Ceuta es gatuna. Somos muchos los que cuidamos colonias de gatos, los que paseamos a nuestros perros y vemos a los micifús en los rincones, en los solares, en los jardines, en los soportales y en cada boquete que nos podamos imaginar.
Van pariendo y los felinos campan por sus anchas en una ciudad que, de cuando en cuando, olvida sus obligaciones para con estos mininos que maúllan su soledad y ronronean la tristeza en la oscuridad de las calles poco iluminadas de la Ceuta oscura.
Me los he topado en la carretera, atropellados por anónimos que suelen darse por no enterados del golpe. Pasean sus bigotes lánguidos, asustados, tímidos, aplicados, mojados por la lluvia o llovidos por la sarna de la miseria que habitan.
Se reproducen en tropel y sin control pues las autoridades están en otros menesteres; la protectora no da a basto con estos félidos pues los presupuestos de la ciudad no dan para estos menesteres “recibimos gato por liebre” cuando se trata del asunto.
No verás muchos perros abandonados a la mano de Dios pues los Servicios Municipales darán cuenta de ello, pero ellos no cuentan con el pito de un sereno.
Jóvenes, ancianos, niños hacen casas de cartón para ellos: les llevan leche, pienso, viandas de primera necesidad para no dejarlos morir.
Y son cada vez más estos ceutíes paseando en silencio de un lugar a otro, denunciados por vecinos que amenazan con envenenarlos a la más mínima de cambio. ¿Se ha comido la lengua el gato cuando no hay respuesta a las reclamaciones de los animalistas? ¿Hay gato encerrado? ¿Quién debe ponerles el cascabel?
A cambio de nada, dan compañía, fidelidad, generosidad y un cariño a expuertas sin renunciar a su personalidad ni venderse al amo, son unos ateos que no creen en el Dios que los alimenta; el perro es más creyente.
Pues, cómo decía mi abuela, ante este asunto “no digas Zape, hasta que no haya pasado el último gato”. Menos mal que la señora del presidente Vivas tiene una colonia cerca de la Asamblea.