Desde años viajo en Blablacar, una aplicación destinada a compartir coche cuyo objetivo es ahorrar gastos, ser solidario, charlar sobre lo que surja y saborear una amistad efímera con personas anónimas y desconocidas.
Llegados al destino el recuerdo de aquel trayecto, de lo que contamos y nos contaron se va difuminando hasta perderse en la memoria. Lo efímero tiene su encanto; los kilómetros y el tiempo nos envuelven en una dimensión sin horas, sin prisas, sin pasados ni futuros. Es un transitar extraño: desconocidos, compañeros, amigos, cruce de teléfonos que no se cruzarán, citas imaginadas y un volver a encontrarnos en alguna parte. Pero la improbable casualidad de volver a coincidir es tan imposible como tener la suerte de hacerte con el premio gordo de la lotería de Navidad.
Este puente, aprovechando un parón en el trabajo reglado de lunes a viernes y burlando el calendario, móvil en ristre navegué por el Blablacar cotejando las posibilidades de marchar para Granada. Tenía pendiente la visita a un amigo que ejerció de padre y hermano cuando fui devorado por una depresión. Intento estar con él siempre que puedo esperando que su frágil memoria no termine por enterrarme en la oscuridad de su enfermedad.
Así, me confirmaron la ida. Mi compañero se llamaba Pedro.
A la hora y en el sitio fijado, con puntualidad inglesa, apareció el vehículo en el conocería a Pablo.
Durante tres horas nos contamos los 159 años que habíamos vivido sumando nuestras edades.
"Desde años viajo en Blablacar, una aplicación destinada a compartir coche cuyo objetivo es ahorrar gastos, ser solidario, charlar sobre lo que surja y saborear una amistad efímera con personas anónimas y desconocidas"
Pedro, un argentino de nacimiento y ya con nacionalidad española, con nostalgia contenida me habló de sus remembranzas que se asomaban en la emoción de sus palabras: sitios, lugares, gentes. Me recomendó visitar el Perito Moreno, Iguazú, el Parque Nacional de los glaciares, la extensa pampa; con una voz melancólica y con un acento más parecido a los canarios que a los argentinos fue andando con palabras sobre la dictadura, el corralito, la inflación y inseguridad del día siguiente.
Cruzó el charco y tuvo que empezar de nuevo, reciclarse para ganarse la vida y abrazar la misma patria, porque el lenguaje es la patria que aloja el pensamiento.
Me contó Pedro dos historias de amor; una relación que duró varios años en la que navegó por las cataratas de una convivencia marcada por la depresión de su pareja. Intentó salvarla, rescatarla del círculo vicioso invadido por la pesadumbre. Pedro estuvo allí a su lado, compartiendo las emociones de la desolación.
Aunque todas relaciones dejan cicatrices y pensamos que el amor viene para decirnos que no puede quedarse, siempre hay un destino esperando en la esquina más insospechada, Anna y Pedro se encontraron, cada uno vivía en ciudades distintas y cada uno fueron a coincidir habitando a miles de kilómetros; ella en Rusia. Y ahora, en este momento, en este instante iniciaban la aventura de comenzar de nuevo.
Pedro, le dije, lo mismo compartimos coche en los caminos de la Argentina; esas fueron mis palabras cuando nos despedimos.
La vuelta a Algeciras fue un canto a la juventud, a la primavera. Houssman fue en esta ocasión el conductor del Blablacar. Víctor y Houssman, veinteañeros universitarios con mochilas cargadas de aspiraciones. Estudiantes de ingeniería, bucearon en las matemáticas, física, lenguajes trigonométricos y otras filosofías.
Mi trabajo, me dijo Houssman, es como convertir el tomate para industrializarlo en Ketchup. Me gustan los ejemplos simples para entender los asuntos complejos.