Existen multitud de personas que solo encuentran placer o agrado en el deseo. Parece que añorar, soñar, ilusionarse e idealizar es el motor que las hace vibrar. Sin embargo, cuando estas personas obtienen eso que soñaban, se aburren. Una vez que tenemos lo que supuestamente nos completaba, ya no hay cabida para el deseo y la proyección.
¿Qué es lo que ocurre finalmente? La persona platónica abandona, escapa en busca de nuevo de esa dosis de carencia, de ese deseo que es lo que realmente le hace sentir vivo, aunque sufra, se trata de un sufrimiento con cierto matiz dulce y adictivo.
Piensa que debe existir algo mejor, algo que mantenga su ilusión día tras día como si fuese el primero y, si no es así, es que todavía no lo ha encontrado: su misión será seguir con la búsqueda para materializar ese amor platónico.
Pero finalmente descubrimos que no es así, que realmente ya lo tenemos todo para poder sentirnos plenos y que si supiésemos modificar ciertos matices -que rara vez cuestan dinero- de nuestro día a día no tendríamos que buscar la felicidad en otra parte.
“Abandonemos el amor platónico, los viajes mentales al futuro, así como la queja repetida y constante que hastía hasta al más estoico. Quédate donde estás, arriesga y cambia lo que no te guste de tu vida, pero no anheles la perfección ni un imposible que nunca llegará. Lo que tienes ya es lo perfecto, es lo que debe ser”
El problema es que hacer esos cambios la mayoría de las veces nos aterra, nos instala en la ansiedad y en la inseguridad y nos quedamos anclados en lo que podría haber sido.
Es preciso entonces aprender a amar lo que no nos falta, lo que está en nuestra vida: ya sea la pareja, el trabajo, los amigos, nuestra ciudad. Todo ello encierra multitud de aspectos positivos que muchas otras personas desearían, a su vez, tener.
Se trata de la visión particular de uno mismo, hay que limpiarse las gafas empañadas de rutina y desilusión y de cambiar voluntariamente aquellos aspectos que no encajan. Además, se trata de hacerlo con ilusión y, en la medida de lo posible, que la motivación no sea el miedo.
Si somos capaces de apreciar y agradecer cada día lo que está en nuestra vida hoy, el sentimiento de “echar en falta” dejará de anclarnos en una ilusión permanente. Viviremos el presente, nos alegraremos de lo que nos sucede, aceptaremos las adversidades y extraeremos siempre una enseñanza o una parte positiva.
Abandonemos el amor platónico, los viajes mentales al futuro, así como la queja repetida y constante que hastía hasta al más estoico. Quédate donde estás, arriesga y cambia lo que no te guste de tu vida, pero no anheles la perfección ni un imposible que nunca llegará. Lo que tienes ya es lo perfecto, es lo que debe ser, ¿por qué no empiezas a aprovecharlo?
Ana J.Rey de la Fuente
Profesora de filosofía en el IES Siete Colinas de Ceuta.
Doctora en filosofía por las Universidades de Salamanca y Valladolid.