En el artículo de opinión de la semana pasada se volvía a abordar un tema constante en nuestro discurso, que no es otro que la insistencia en provocar un cambio interior que nos devuelva a la razón humana. Nuestra naturaleza animal debe ser rescatada del salvajismo tecnológico y tecnocrático insufrible en el que nos ha enclaustrado la maquinaria de poder de los acumuladores de riqueza material y sus seguidores burocráticos y politizados.
La degradación del espíritu humano comienza por esa falta de comprensión de nosotros mismos como especie animal que necesita, por mor de una mínima cuestión ecológica y espiritual, dotarse de una organización aceptable dentro de los límites demográficos que nuestro tamaño y capacidad de consumo nos impone. Si bien es cierto que la megamáquina ideada por Mumford explica la desnaturalización del ser humano y su alejamiento espiritual de su naturaleza y en este aspecto la burocracia es crucial para perpetrar la infamia, también es muy cierto que la principal munición de esta alienación colectiva es la desbordante demografía que nos hunde a todos en un inframundo ambiental y económico.
De esta forma, el hombre espiritual que todavía mira hacia su interior se encuentra rodeado de zombis desnaturalizados que como beodos van persiguiendo sin criterio ni tino cualquier tipo de innovación tecnológica sin atender a una mínima reflexión crítica al respecto. Una realidad presentada como simplificada y resuelta sin costes y magníficamente por el producto de moda recién lanzado al mercado es, sin duda, una de las millones de quimeras que nos van exponiendo constantemente los estúpidos mercaderes que desde hace siglos se han erigido como los dueños de la civilización, la más desnaturalizada generada por nuestra especie. Tal y como alertábamos sobre la simplificación de las realidades y la resolución de los problemas con un invento mágico, y siguiendo las advertencias de la brillante novela de H. G. Wells el alimento de los dioses, vamos a exponer algunas lindezas acaecidas en nuestras sociedades europeas a consecuencia de las posibilidades de la industria petroquímica y de la química en general. Nuestro país tuvo que sufrir a algunos sociópatas industriosos (aquellos que muestran una gran dosis de narcisismo, un egoísmo supremo unido a una notable irresponsabilidad y a importantes dosis de maquiavelismo manipulador) que bien pueden ser familias que se repartan los papeles según las habilidades de cada uno para convencer de lo maravilloso que es su plan inversor para el país y la gran cantidad de puestos de trabajo (como si el trabajo a cuenta ajena fuera algo tan bueno e importante de conseguir en términos de bienestar espiritual) que se generarían. En fin los macro-números justifican perfectamente cualquier tipo de infamia y, por supuesto, la de la contaminación de los suelos y aguas es una de las más horrorosas de contemplar. Mientras la heroína Rachel Carson se partía el cobre con los sociópatas de la industria química americana y perdía batallas sin fracasar, nuestro país se lanzaba a la producción de venenos y toxinas que protegen los insensatos monocultivos que provocan muchos problemas en su afán de abastecer un mercado hartamente desbordado por el exceso de población. Hablamos del Lindano, un organoclorado que es una sustancia inventada a partir de la sustitución de átomos de hidrógeno tan abundantes en los hidrocarburos por nada más y nada menos que el tóxico cloro.
Se trata de una abominación química que resulta tan útil para deshacerse de las plagas de ciertos monocultivos como para envenenarnos a todos. Según la novela de Wells, la estupidez humana se acrecienta hasta límites insospechados cuando alguien se plantea que su libertad le autoriza a fabricar todo aquello que le parezca oportuno aunque esto suponga algo muy nocivo y perjudicial que nos lleve a ser devorados por las propias ratas agigantadas como ocurre en su famosa novela. Aquí entra el argumento de nuestro artículo sobre una especie de sociopatía colectiva que impulsa a crear esta quimera química y posteriormente a permitir que se comercialice y se venda en todas las buenas tiendas abastecidas del ramo de los envenenadores colegiados. Y esto es lo que sucede cuando se unen industria, burocracia, egoísmo, maquiavelismo, narcisismo e irresponsabilidad tanto individual como colectiva. De esta forma, y después de mucho tiempo investigando y exigiendo responsabilidades por parte de los colectivos ciudadanos activos, se han podido llegar a conclusiones que no dejan duda de que nuestro argumento de la existencia de este tipo de maladía mental está muy extendido y por ello el título de nuestro artículo. El Lindano, que es un veneno altamente tóxico, persistente, bioacumulativo sobre todo en grasas y con una gran movilidad debido a su elevada volatilidad, además es cancerígeno (provoca tumores) y un eficaz disruptor endocrino (altera ciclos vitales y desarregla actuaciones hormonales importantes), ha sido fabricado masivamente en nuestro país por industrias que posteriormente no sabían que hacer con sus residuos (tan tóxicos o más que el propio producto). Esta ausencia de control, junto con otra fuente de sociópatas importantes en los poderes del estado y la burocracia propicia acuerdos para aligerar los residuos por aquí y por allá, contaminando a placer y en muchos casos sin ofrecer datos de dónde han dejado sus productos de deshecho. Claro que en el mapa que ofrecen los responsables del informe “Fabricación y uso del Lindano, crónica de una envenenamiento persistente y silencioso”, se observa claramente como los centros de producción están al norte de despeñaperros y los efectos repartidos por Euskadi, Galicia, Navarra, Aragón, el Delta del Ebro, Cataluña, Sevilla y Murcia.
Por supuesto que los resultados son, en algunos casos, familias reubicadas, aguas de boca clausuradas, suelos contaminados, construcción de zulos para encerrar estos residuos y una legislación altamente contradictoria y preocupante. Así ocurre que la legislación ambiental es mucho más restrictiva con los niveles de Lindano para proteger a los hábitats y las especies que la legislación sanitaria para proteger la salud. Esta es otra de las maravillas de la unión de sociópatas y del sistema político-burocrático español y europeo, que ha costado dios y ayuda convencer al parlamento europeo que tome cartas en este asunto. Desde aquí invitamos a leer el informe, elaborado para quizá provocar reacciones siquiera de indignación y autodefensa; nos parece relevante en una ciudad dónde los residuos gozan de una gran desregulación y cada cual los tira dónde les viene en gana e incluso los vidrios terminan en el mismo contenedor que se los lleva a la península con toda la basura generada. Por último, quisiera también indicar algo que viene siendo también parte de nuestro mantra pero que considero importante de cara al gran cambio interior que necesitamos. Esto es la necesaria e imprescindible bajada demográfica de nuestra desnortada civilización. Como decíamos al principio habrá que reaprender de nuestro pasado a compartir los cuidados maternales entre todos y entender que no es necesario que todos tengamos descendencia para participar de los cuidados del grupo. Si bien hay personas que sienten la llamada de la procreación otros no la tienen y solo lo hacen por puro lujo consumista y por qué no decirlo porque padecen de algún grado de sociopatía.