El ejercicio del Poder, que no el de la responsabilidad, se basa en amontonar los cerebros en forma de masa, evitando sobre todas las cosas que esos cerebros formen una suma de identidades. Moldear un volumen amorfo es fácil, a las evidencias me remito. Precisamente por ello, Max Stirner rechazaba el concepto de “masa”, afirmando que aspiraba a una sociedad en la que los individuos, como unidades pensantes, se federasen libremente como única forma de evitar la manipulación. Y sí, a eso se le llama Libertad.
Como se ha podido comprobar en todos los ámbitos a través del tiempo, las luchas por llegar a ostentar parcelas de mando son cruentas y sin cuartel. Aunque nos dejen la opción de cambiar de nombre cada cuatro años, el cargo, lejos de ser una carga, representa un absolutismo más o menos ilustrado.
Que no la engañen, el Poder nunca ha sido un medio para alcanzar una sociedad libre, igual y fraternal, sino un fin en sí mismo para quienes lo ejercen. Obviamente, no faltará quien argumente que infinitamente peores son las dictaduras –y vuelvo a insistir, las dictaduras no tienen color- porque al menos aquí se tiene una cierta libertad de expresión; faltaría más. Esa comparación podría ser equiparable a decir que en tal país se vive bien respecto a la nación vecina, porque allí al menos se reparten mendrugos de pan, mientras que las de al lado no tienen nada para comer. Aclarado el tema, seguimos.
Anecdóticas son aquellas aspirantes a la sella curulis que no han terminado sucumbiendo a las mieles que otorga el Consulado de turno o las puertas giratorias de moda. Es más, cuando surge una figura de la talla de Pepe Mujica (ex presidente de Uruguay) se queda fijada en nuestro imaginario como una referencia utópica de lo que realmente anhelamos. Y eso es todo.
Habiendo interiorizado profundamente que no somos capaces de tomar decisiones por nosotras mismas, claudicamos sin batalla alguna. Con los ojos vendados, firmamos cheques en blanco a las lideresas entregando nuestra voluntad, muchas veces con el íntimo convencimiento de que poco o nada de lo prometido se cumplirá. Pero como así está dispuesto y además nos empeñamos en escudarnos en el “peor es otra cosa”, nos encerramos en nuestra frustración. No hacemos nada para resaltar lo evidente: las que ostentan puestos ejecutivos están ahí porque así lo hemos decidido nosotras, de nosotras depende su sueldo y de nosotras debería depender su continuidad en el cargo.
Llegadas a un punto en que resulta evidente que nos sobran “imperatores” por todas partes, debería ser el momento de empezar a exigir lo que de derecho nos corresponde.
Hora es de que vislumbremos, en nuestra carta de navegación social, la coordenada política adecuada, esa que indica la brújula de la conciencia marcando la dirección correcta para alcanzar la Democracia, un destino del que todas las poderosas presumen pero que evitan a toda costa.
Democracia para elegir a nuestras representantes y poder mandarlas a su ocupación de origen si sus actuaciones van en contra de nuestros intereses.
Democracia directa frente al concepto de “rey por cuatro años” que actualmente soportamos, y que sólo sirve para consolidar élites políticas.
Democracia para que las ciudadanas conquisten (aquí nada se regala) niveles de igualdad, dejando atrás un sistema que sólo propicia que aumente la brecha entre las que tienen posibilidades y las que no.
Democracia, al fin, para que las elegidas estén al servicio de las ciudadanas, y no al contrario.
Usted, como siempre, sabrá qué le conviene, pero ante el panorama político parece obligado, hoy más que nunca, volver a los clásicos. Debemos recordar a todas las que nos mandan lo que el esclavo -corona de laureles por encima de la cabeza del vencedor- le susurraba al imperator que desfilaba victorioso por las calles de Roma: Respice post te, hominem te esse memento (Mira atrás y recuerda que sólo eres un hombre); más actual e imprescindible, imposible.
No obstante, y para aclararlo todo, quizás nos bastaría con remitirnos al primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. ¿Todavía necesita más argumentación para rechazar unos liderazgos que cada día le aprisionan más?
Tenemos la obligación de reivindicar el librepensamiento y devolver a las catacumbas a quienes nos cubren de grilletes, otorgándonos el único “privilegio” de elegir el color del acero que nos encadena.
Ojalá, y a pesar de los muchos siglos de doma, logremos que nuestro navío encuentre el rumbo adecuado. En todo caso, y le digan lo que le digan, el timón y la sala de máquinas sólo dependen de usted. Recuérdelo siempre.