A veces nos preguntamos por el milagro de la vida. ¿Qué es todo este trajín que nos lleva y nos trae como la marea en su constante flujo y reflujo sobre las orillas de las playas? Y, en nuestra reflexión, nunca hallamos una respuesta que nos deje plenamente convencido del sentido de nuestra existencia y de toda la naturaleza que se muestra a nuestro alrededor. Y, es en esta incertidumbre la raíz o el principio del camino que algunos emprendimos a la búsqueda de ese punto omega, donde nuestro discernimiento encontrara por fin las razones últimas de la existencia y la presencia de Dios.
Bien sabemos, que Dios es un misterio de imposible compresión a la inteligencia de los hombres, que se halla más allá de nuestra propia naturaleza, y que sólo podemos acercarnos a Él a la luz de nuestra necesidad de creer en un Ser que haya posibilitado la creación del cosmos y sus criaturas. Por tanto, podemos creer o no creer en Dios, pero eso no nos acercará a la verdad de su realidad, porque su realidad está fuera de nuestro alcance y nuestro reto es encontrar el lugar que nos corresponde bajo las estrellas.
Y, al hilo de estos párrafos anteriores, el descanso de la fiesta dominical siempre me llega con un cierto recuerdo de aquella lejana niñez, cuando mi madre me vestía con la ropa de los domingos y, después de peinarme de manera amorosa -con raya y flequillo-, me mandaba a que celebrara la misa de nueve en la catedral de Ceuta. Y, no puedo decir que sea un hombre religioso, ni tampoco ateo, ni agnóstico; porque en verdad no deseo adscribirme a ninguna denominación que me referencie acerca del Creador. Ahora bien, lo que si puedo decir es que me gusta leer y reflexionar sobre los textos que las diferentes religiones han ido laborando a través de milenios…
De tal manera, que cuando hojeamos la Biblia, el Corán o pongamos el Bhagavad-Gita -de la religiosidad hindú-, comprendemos la necesidad del hombre por comprender los misterios de la vida y su propia existencia, más allá de su limitado tiempo en la soledad de los astros que giran imperturbables ahí afuera...
Y, os puedo decir que hay mucha verdad en las páginas de estos libros sagrados, que a menudo no acertamos a comprenderlas; sin embargo es aconsejable leerlas, porque a través de su atrayente lectura puedes encontrar algunas de las preguntas que se encuentran en nuestro interior y, sorprendentemente, los hombres ya se preguntaban hace siglos, o tal vez milenios…
Nuestras referencias en la cultura occidental siempre fueron el Antiguo y Nuevo Testamento, y no podemos comprender nuestro devenir histórico sin su constante referencia desde que apenas nacemos; porque en cada esquina nos encontramos con un recuerdo, una fiesta, una tradición o un rito de nuestra cultura cristiana. Por consiguiente, leer los Evangelios no es sólo una cuestión religiosa que afecta a los fieles que creen en sus enseñanzas; sino también un referente para aquellos que los estudiamos como unos textos capaces de mostrarnos la preocupación de los hombres por asegurar una mejor convivencia que les permitiera sobrevivir en un mundo más justo y, al mismo tiempo, pudieran adivinar otra existencia más allá del límite de la vida…
Y, en este ansia que tenemos por no extinguirnos, por perpetuarnos en otra existencia tras el milagro de la vida, el Evangelio en Hechos de los Apóstoles 5,27b-32,40b-41, nos significa una frase paradigmática que dejará tranquilos a muchos y calmados en su inquietud y en sus miedos a otros, a saber: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero”.
Jesús, resucitó… Y con Él resucita toda la humanidad... Y, con Él se abre otra vida, otra dimensión nueva, otra oportunidad de seguir amando a los seres que has amado más allá del tiempo y la distancia. Jesús, el Cristo, el Ungido, nos trae una esperanza nueva de vivir más allá de la muerte, como una victoria definitiva contra la soledad, contra el miedo a desaparecer y convertirnos en el polvo del camino que un día pisamos… Jesús, el Señor, es el enviado del Padre para reconfortarnos y acogernos en su misericordia. Jesús es la nueva esperanza…
Y, ahí os dejo la “Resurrección” en el Evangelio del día, para aquellos que sientan el deseo de continuar existiendo en otros valles allende de los que ahora vivimos:
Juan 20, 1-9.
”1 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. 2 Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:
– ¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!
3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 4 Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. 6 Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, 7 y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó. 9 Y es que todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él -Jesús- tenía que resucitar”.