La tarde comenzaba a decaer, dejándose ganar terreno por el manto oscuro y suave, como de terciopelo, de la noche cuando en los aledaños del Ayuntamiento desfilaban ciudadanos en cuyas caras se dibujaban esa alegría que se tiene cuando se escucha, se siente y se sube al cielo con el ‘quejío’ del buen flamenco, con la espuma melancólica de la copla andaluza, entreverada en el arte caballa.
De todo ello hubo anoche, desde las ocho y media en el espectáculo, donde Saray, Dori Heredia, Manuel Guerrero y Joselito ‘El Niño del Sardinero’, daban forma, fondo y sentido a las coplas, mientras que Juan Maldonado y Manuel Díaz ‘Lolo’ cantaban flamenco, guiados por el rastro musical que manaba de la guitara de Miguel Santiago.
La concurrencia, que llenó el aforo, de una capacidad algo mayor a las doscientas personas, aplaudían al término de cada canción, aunque habían algunas señoras mayores que no seguían el ritmo de las palmas porque no podían hacerlo a la misma vez que llevaban un pañuelo al contorno de los ojos.
Emoción por tanto en un acto que, además, desmintió, acaso por unas horas, ese sempiterna creencia de que un ayuntamiento es edificio para hombres con trajes color gris y para horarios propios del alba.