Hay acciones que no se entienden, se miren por donde se miren. Es lo ocurrido en la plazoleta del Príncipe, en donde no solo algunos individuos causaron destrozos sino que llegaron a quemar un vehículo dentro destrozando, para colmo, una farola. La asociación de vecinos del barrio ha mostrado su malestar por lo sucedido, confesándose harta, cansada y derrotada por lo que está pasando. Y no es para menos. Nadie puede entender cómo hay quienes quieren atentar contra su propio barrio lo que significa hacer daño a sus propios vecinos con acciones de este tipo.
Destrozar una plaza que se arregló en donde antes solo había basura supone ir en contra de mejoras para uno de los puntos con más población de la ciudad. Como lo es apedrear a la Policía, hacer quemas intencionadas, atentar contra los servicios públicos... Detrás de todo esto no hay más que el gusto por hacer el mal, hundiendo a los que luchan no solo por prosperar sino porque su barrio ofrezca una mejor imagen.
La asociación critica y visibiliza lo que está sucediendo, un problema que ellos comparten y sufren. Muy a su pesar hay quienes ni siquiera entienden lo que está pasando y acusan a todos los residentes de ser cómplices de lo que pasa. Es la conclusión a la que llegan los que, desde sus casas, tumbados en el sofá, malmeten y hacen culpables a todos los vecinos de los que unos provocan, extendiendo así la criminalización a todos. No hay mayor injusticia.
El Príncipe no tiene culpa de sufrir las consecuencias de quienes está claro que no quieren ni la mejora ni la prosperidad del barrio, de quienes no son solidarios con sus propios vecinos, de quienes van en una dirección nada acorde con el objetivo al que se debe prestar toda la comunidad.
Los primeros que sufren y padecen esta situación son quienes residen en un Príncipe que no puede ser más protagonista por lo malo que por lo bueno. No se lo merece. Pero es evidente que hay quienes se empeñan en lo contrario.