Permitidme que arroje un pensamiento sobre el modelo que debiera cimentar el edificio de la salud mental, y que por escurridiza razón permanece en el olvido.
Una vez más voy a referirme al lenguaje como motor de un modelo social que identifique la salud mental, no como algo que se pierde y que hay que recuperar, sino como un activo al que hay que conservar.
El lenguaje, que guarda en su seno la facultad del conocimiento, es el vínculo que cohesiona a la sociedad. La persona, y por extensión la sociedad, interpretan el entorno en base al lenguaje, de tal forma, que la salud mental será tanto más positiva cuanto mayor sea la calidad del conocimiento adquirido.
Si el lenguaje disponible es escaso, el resultado puede ser una desconexión entre el sujeto que es la sociedad, y el objeto que es la salud mental.
Entonces, puede sucederse una pérdida significativa que nos aboque a una intervención médica, o modelo de recuperación, también necesario.
Este modelo último se centra en el abordaje de los síntomas a través de la farmacia, y algo de terapia, pero poco sabe del antes y del después.
La persona queda sumida en un círculo de afectación interminable, y es común que la sociedad pierda miles de talentos y de energía productiva. El sistema basado en la atención médica presenta infinidad de ángulos muertos, y es altamente ineficiente, ya que obvia el potencial que podrían desarrollar las personas en una circunstancia de normalidad.
De hecho, se da por cierto que, una de cada cuatro personas, desarrollarán un problema de salud mental al cabo de sus vidas. ¿Cabe mayor derrotismo?
Y es aquí cuando hay que sacar la carta del lenguaje, en su fase discursiva. El discurso es el proceso cognitivo más complejo, cuando más ideas y elementos de juicio entran en discusión, y cuando las respuestas son más profundas.
Si la sociedad aprende a discutir sobre los condicionantes de la salud mental, sobre sus peligros y fortalezas, el paisaje resultaría esperanzador: mucha gente saldría de su aislamiento y se integraría en las dinámicas sociales; nadie se sentiría raro ni culpable, ya que el trastorno mental es un evento de los más natural; las tristezas descansarían mejor; y la inclusión se daría por añadidura, porque está en la naturaleza humana precisar y prestar ayuda.
Al superarse la barrera del silencio, la comunicación entre la persona afectada y su ambiente se restablece, apareciendo la salud mental en las conversaciones, en los consejos y en los testimonios.
Si introducimos un discurso sobre la salud mental en las sociedades muchos vacíos encontrarían explicación, y ya no sería necesario especular sobre comportamientos que parecían extraños o inexplicables.
Todo el mundo sabría que la salud mental es un derecho universal y protegido.
Se habla del fútbol, del tiempo, y de las pensiones, ¿por qué no preguntar por el estado de salud mental de los que nos rodean?
En puridad, las Unidades de Salud Mental son unidades de Recuperación. ¿Os imagináis que apareciese un cartel anunciando las “Unidades de Conservación de Salud Mental?
España tiene comprometido a causa de la salud mental, y situaciones conexas, hasta el 7% del PIB. ¿No es oportuno plantearse estas cuestiones?