Ha comenzado el 2022 con todos los buenos propósitos que nos hacemos cuando suenan las últimas campanadas. En esos instantes pensamos en los proyectos, metas e ilusiones con los que el destino puede depararnos. Nos dejamos llevar por un optimismo desbocado que provoca una huída de la realidad para no sucumbir en el desánimo ni en la desesperanza.
Lo cierto es que nos enfrentamos como nunca a retos que nos acechan por todos los rincones del mundo que habitamos.
La pandemia sigue haciendo estragos aunque la virulencia del virus de turno haya perdido fuerza. Los hospitales permanecen en pie de guerra, las estrategias de los gobiernos cambian de la noche a la mañana y el colapso social, en todos los sentidos, merodea por todo el planeta como el aire que respiramos.
Hemos vuelto a las aulas con profesores y alumnos infectados, la administración educativa aparece desbordada con protocolos sanitarios que cambian de la noche a la mañana. El trabajo en los colegios e institutos se multiplican al no cubrirse las bajas y tener que dar respuesta a múltiples necesidades del alumnado que no asisten a clase: docencia presencial y telemática, exámenes particulares e individuales por falta de asistencia justificada y otros asuntos añadidos que soportamos los docentes.
Seguiremos conviviendo con las disputas políticas: insultos, extremismos, descrédito de los representantes del pueblo. Lo del ministro Alberto Garzón es un ejemplo del riesgo de decir la verdad y la no conveniencia de abordar los problemas desde su raíz. Fue la polémica de las macrogranjas y el consabido daño que producen al medio ambiente.
Seguiremos teniendo otros negacionismos: la violencia de género, el cambio climático, la homofobia y otras tantas evidencias que se pasean ante nuestros ojos.
Será también un año duro para los de siempre: la gente que no encuentra trabajo, los que viven bajo dictaduras infames o los eternos olvidados de los que no nos consta ni su existencia.
Es curioso que los telediarios nos presenten la noticia que el número 1 del tenis mundial ha visto como por segunda vez le cancelan el visado. El ministro de Inmigración apela a la salud y el orden público en la toma de su decisión. No menos curioso resulta ver manifestantes apoyando al tenista como si fuera el adalid de las libertades.
Mientras tanto yo sigo paseando a Abby, mi perra, contándole mis emociones y mis cuitas. Tal vez la noticia de que los animales ya forman parte de la unidad familiar consiga humanizarnos
Como decía Lord Byron "Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro".