Anochecía sobre Ceuta, el viernes doce apuraba las últimas horas y el lugar escogido por Mohamed Ali, Juan Luis Aróstegui y su equipo iba acogiendo, poco a poco pero en un goteo incesante, a musulmanes pero también a cristianos que han acudido a la llamada de Caballas
“porque buena parte del pueblo ceutí es consciente de que es posible que todos, con independencia de la religión que procesen, podemos ser partícipes de todas las Fiestas, ceremonias, alegrías y motivos”.
Las palabras que iba deslizando Ali, casaban a la perfección de la estampa que se dibujaba en el nuevo salón de fiesta de La Almadraba, donde hombres, mujeres y niños musulmanes se sentaban, compartiendo mesa con cristianos, judíos y casi con todas las creencias posibles y restantes. Al momento, un centenar de personas dieron rienda suelta a animadas charlas; el rumor de las conversaciones comenzó a entrecortarse cuando los camareros fueron dejando en la mesa deliciosos platos típicos de la comida arábiga. “Después de todo un día, es preciso tomar muchas energías”, comentaba un musulmán aun cristiano. Ambos degustaban una harira “bien caliente”. La sopa precedió a dátiles, chuparquías, zumos de naranja, plátano o pera para finalizar con el tradicional té moruno. Era la segunda vez que un acto semejante se celebraba en la ciudad y, a tenor de lo visto, la hermandad entre pueblos tendría que extenderse eternamente.