Como un buen anfitrión, Eolos, el Dios del Viento, sopla con fuerzas y el aire vuela envalentonado sobre el Mirador de San Antonio, mientras el hombre desconocido otea el horizonte con ojo de viejo, sabio y melancólico capitán .
Acodado en el confín de la Tierra, piensa que este rincón de Ceuta tiene un aire místico, a novela de Hemingway, a sabor añejo, a olor a madera de boj que acaba de ser bañada por una cresta de la mar; piensa que tiene este altar de la ciudad un punto romántico que invita a llevar de la mano a la mujer de los sueños, a pintarla en la imaginación; piensa que tiene este aposento todo el peso de la noche de los tiempos, toda la furia desatada por el corazón.
Rumbo al norte descubre Málaga, al sur Tetuán, al oeste Tánger, al este Melilla, cuatro ciudades, dos países, dos continentes, descubre un sinfín de historias ocultas que van de un lado hacia otro recogiendo misterios y confiando secretos en esperanto.
Y ahí abajo, cuando avista Ceuta, tumbada como una alfombra bordada en oro y plata, el enigmático hombre jura que es imposible, la ciudad abrazada al viento, dispuesta a darse un garbeo por los mares de la Tierra, a desafiar las reglas escritas.
Mera ensoñación, la ciudad no vuela, el viento no corre y el hombre, al abrir los ojos, después del sueño, sólo descubre la rosa de los vientos deshojada. Cosas de los lugares extraordinarios.