Hablar de Luis López Anglada es hablar del panorama poético de la posguerra española.
Hablar de Luis es hablar de su mujer Auxiliadora. Ella le inspiró deliciosos sonetos y toda una declaración de emociones correlativas que insertan versos, desde el júbilo por haber hablado con ella por teléfono hasta el derroche sensual de sentimientos, con el fondo seco de su tercera tierra y con el vocabulario labrado de quien enmarca la exultación.
Hablar de Luis y de su hábitat es hablar de un ciudadano del mundo, marinero, explorador, de una persona abierta y tolerante que cambiaba impresiones limpiamente sobre política con todos, con sus hijos, algunos catalogados de díscolos.
Hablar de Luis es hablar de una persona excepcional que cultivó la poesía incansablemente, descifrando sus enigmas y desentrañando las claves del verso medido hasta romperlo y reanudarlo, siempre con éxito, siempre con acierto.
Varias generaciones han elogiado su dominio del endecasílabo, la apertura heroica, el final redondo y cíclico; aplaudieron y llenaron salones y recibieron como respuesta, cuanto menos, la cercanía y la justicia imparcial porque su hechura de gigante implacable prevalecía sobre su bondad natural.
El afán de perfección marcaba unas pautas que ni los apretones de manos ni el superávit de envíos doblegaban.
Hablar de Luis es hablar de un hombre a quienes sus coetáneos admiraron, a quienes sus conocidos veneraban y a quienes sus amigos no olvidan.
Encandilaba recitando. Su energía de hombretón fuerte facilitaba el dominio del espacio, pero el carisma… el carisma era nacido. Nacido de aquí o heredado, pero lo hacía brillar con auténtico genio e inherente melodía.
Por voluntad, por temperamento, por locura o sensatez, por inteligencia, por generosidad, derrochaba buen humor a todas horas. Cuando se refugiaba en el trabajo o cuando un verso pellizcaba su alma transparente se le ensombrecía el rostro con la brevedad de un rayo de luna.
Hablar de Luis es hablar de lo que sus conocidos opinaban de él.
Gerardo Diego escribió sobre LA VIDA CONQUISTADA, poemario de sugerente título que ganó el accésit del Premio Adonáis (1955) que:
“el entorchado obtenido era en realidad modesto para los merecimientos del libro”. (…) “Este es ya un libro definitivo y definidor de un poeta hecho y derecho”. “…porque Anglada se distingue de los jóvenes de hoy en dos cosas. Una, su riqueza interior, tener siempre algo que decir. Otra, el saber siempre por qué sendas y órbitas decirlo, con las palabras justas, nobles y enterizas, sin prejuicios de inefabilidad misteriosa.
Hablar de Luis, en definitiva, es hablar de conocimientos y de transmisión de conocimiento.
Eligió la cítara del juglar y, con malabarismos, como la figura medieval, anduvo por esos caminos a expensas del caldo de la hospitalidad sin más norte que la convicción por el modo elegido.
Bohemio, deambuló prolífico por el Parnaso de la abundancia, tanto que, quizá hoy queden por clasificar cartas y artículos; y de tal trascendencia que un consagrado premio internacional de poesía que se convoca en Burgohondo lleva su nombre.
Hablar de Luis es interpretar sus intervenciones en las entrevistas que le hicieron y descubrir que, además, de memoria de elefante, tan grande como su corazón, dejaba discurrir un pensamiento fluido adelantado a su tiempo.
Hablar de Luis, en fin, es abordar un universo interminable porque su arrolladora personalidad, sus actividades y su vitalidad no concedieron más tregua al descanso que la de la Poesía. Es hablar de letras mayúsculas.
Es hablar de sonrisas, la suya, indeleble, enmarcando esta estampa; la nuestra, cautivada por su duende, desafiando al calendario.