Los fenómenos meteorológicos llamados “olas” suelen ser cíclicos, si bien el recalentamiento del planeta por nuestras obras contaminantes hace que cada vez sean más violentos. El frío siberiano sucede al calor tropical sin apenas transición, y llega a ser tan común que ni siquiera le echamos cuenta. Nunca, o casi nunca, estos fenómenos pasan de ser carne de partes meteorológicos. En otras ocasiones, tremendas sequías o devastadoras inundaciones, calores insoportables o vientos siberianos nos recuerdan que algo no va bien. Pero no solemos reaccionar. Para ese “Gran Nosotras” (la mayoría más o menos silenciosa que nos engloba a todas, sálvese la que pueda), sólo siguen siendo “olas” pasajeras, y poco importa si cada vez se repiten con más frecuencia.
Desgraciadamente, no tenemos por costumbre ir un pelín más allá de lo que informativamente nos sirven, y no solemos querer llevar a cabo un análisis profundo de la situación. Las olas son unas circunstancias puntuales que pasarán sin pena ni gloria como otras tantas veces, y punto.
Parafraseando al poeta y cantautor francés Maxime Le Forestier, “las olas tendrían un loco encanto si sólo fuesen de frío, calor o agua salada”. Pero no.
El peligro de las olas es precisamente que dejen de ser cíclicas para transformarse en definitivas. Imaginemos un planeta en constante inundación, inmerso en un brutal frío o en un sofocante calor para los restos. ¿Inhabitable, verdad? Pues hacia eso nos dirigimos, sin descanso y a paso de oca, tanto en lo ecológico como en lo político o en lo social.
En este H2SO4 venimos advirtiendo, desde hace ya algún tiempo (¿demasiado?), que si no lo remediamos pronto, todas seremos pasto de las pulsiones de los movimientos fascistas que, hoy por hoy, están más en auge de lo que somos capaces de imaginar.
Populistas hasta la médula, camaleónicos hasta el extremo y desprovistos de moral hasta límites insospechados, estos movimientos están logrando mimetizarse con las necesidades de las capas sociales más desfavorecidas… y con las de las más pudientes. Ahora, con una clase media que se sumerge en los lodos donde anida la miseria, estos movimientos ganan terreno a una velocidad que da miedo. Marine Le Pen, lideresa del Front National francés (fundado por papá Jean Marie) se permite hasta arengar defendiendo por igual a judías, mujeres maltratadas y paradas. La zorra defendiendo a las gallinas. Impresionante ejercicio de contorsión política; pero el mensaje pasa y nadie parece recordar nada.
En la actualidad, el fascista Front National se encuentra en el top de las intenciones de voto (sin hablar del voto oculto y de la abstención, que jugará un papel decisivo) en las próximas elecciones a la presidencia de la República, aunque es de intuir que la verdadera batalla se jugará en las legislativas.
Así, lo que hace cinco años resultaba pura política ficción se ha convertido en nauseabunda realidad.
¿Por qué? ¿Cómo se llega a esto en la patria de Voltaire y Camus? En primer lugar, es muy probable que todo sea un cúmulo de circunstancias formado por el desánimo con respecto a la vida política (no es para menos, dicho sea de paso) asentado durante muchas legislaturas. Después está la burocrática dictadura de la Doctrina del Shock aplicada por la UE, donde nadie conoce a nadie y mandan quienes nunca han sido elegidas pero imponen políticas que llegan directamente de la Escuela Económica de Chicago. Seguimos con una crisis económica, absolutamente provocada, que ha dado al traste con conquistas sociales duramente conseguidas, mandando a la indigencia a millones de personas en modo de mortal advertencia a las que quedamos pudiendo pagar la hipoteca. Finalmente, están esas ganas de nada que han logrado inocularnos y que provocan una nula reacción ante situaciones intolerables, como la corrupción o la propia crisis, por ejemplo.
Pero en el auge también está el mensaje que se lanza. Decía Hannah Arendt (recordada hace poco por @_MarinaLuna en Twitter) que la fuerza que posee la propaganda totalitaria descansa en su capacidad de aislar las masas del mundo real. Y en ello estamos.
Este tipo de movimientos conforman sus promesas en relación a la realidad que desean las que los escuchan, y listo.
Las ciudadanas tienen miedo, y de eso se trata, de jugar con ese miedo, que para algo son expertas. Por ello, desde el FN toca agitar el fantasma de la inmigración y del islamismo radical, al mismo tiempo que, para una supuesta protección de las ciudadanas, se exige el cierre de fronteras y se plantea un referéndum para salir de la UE (sonrisa de Putin incluida en el pack).
En situaciones complicadas en las que se vive un clima de indefensión, las posturas de fuerza son las mejor recibidas y de ahí el ascenso de los movimientos de extrema derecha, bien maquillados para la ocasión. Y es que un buen abrigo siempre viene bien, aunque ese abrigo acabe ahogándonos más temprano que tarde.
Algunas lo ven venir de lejos y deciden toman posición. La mayoría de las francmasonas francesas (a través de las siete logias más importantes) han pedido públicamente el voto en contra del partido fascista. Una postura que debería tenerse muy en cuenta, máxime cuando estas analistas de la realidad suelen ser muy discretas en sus apreciaciones políticas. Sin embargo, lo han hecho públicamente. Por algo será, ¿no creen?
La ola de frío polar está llegando a nuestras puertas con sus gruesas banderas y su voz desafiante.
Este frío polar es mucho más que una ola pasajera; representa un totalitario tsunami que, una vez instalado en las instituciones, será indesplazable, barriendo cualquier concepto de democracia.
Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene, pero ojalá acierte en sus decisiones porque lo horrible de ese frío polar es sentirlo al alba.
Entonces ya nada tendrá sentido, ni tan siquiera lamentarse o gritar ¡Viva la Libertad!... por última vez.