Francia y España llegaron a un acuerdo en el Verano de 1925 para enfrentarse juntos a Abd el Krim, en una improvisada alianza basada en la necesidad de pacificar ambos Protectorados. Un importante ejército de tierra, mar y aire fue concentrado en Ceuta y Melilla para desembarcar en Alhucemas, enfrente de Axdir, cuna de la rebelión. Una decisiva operación estaba a punto de comenzar.
Los franceses que habían desconfiado siempre de la operatividad del Ejército español, se quedaron gratamente sorprendidos al conocer el detallado proyecto del desembarco de Alhucemas. Todo se había previsto, desde la instrucción especializada de las fuerzas, hasta el aprovisionamiento de las mismas. Por otra parte, las unidades que intervendrían estaban curtidas en la lucha. Petain decidió entonces prestar apoyo naval y aéreo a la empresa y presionar en el sur con un importante ejército de 160.000 hombres perfectamente dotado, para coger a los rifeños en una gigantesca tenaza.
Ejército en marcha
Los puertos de Ceuta y Melilla empezaron a quedarse vacíos. Los barcos tomaron el rumbo de la costa del Rif y Abd-el-Krim recibió puntuales noticias a través de sus servicios de espionaje en Tánger. La flota española, formada por las unidades navales de Instrucción y del Norte de Africa, estaba integrada por los acorazados Alfonso XIII y Jaime I, cruceros Méndez Nuñez, Blas de Lezo, Victoria-Eugenia y Extremadura, dos caza-torpederos, seis cañoneros, once guarda-costas, seis torpederos, siete guardapescas y el porta-hidros Dédalo. Como elementos de desembarco formaban 26 barcazas tipo “K” usadas por los ingleses en los Dardanelos y cuatro remolcadores. Las tropas y los pertrechos iban repartidos en seis flotillas con 27 barcos mercantes, casi todos requisados a Trasmediterránea, dos buques aljibes y sendos barcos hospitales. Dos empresas de Ceuta, la “Compañía de Carbones” (hoy Ducar) y “La Almadraba” (ya desaparecida) cedieron lanchones para el traslado de heridos.
Por su parte, los franceses aportaron el acorazado París, los cruceros Estrasburgo y Metz acompañados por dos torpederos, dos monitores y un remolcador con globo cautivo.
Las fuerzas aéreas españolas, bajo el mando del general Soriano, Director de Aeronáutica, estaban formadas por tres escuadras de Breguet, Rolls, Napier, Bristol, Fokker, sextiplanos, un grupo de hidros, sección de caza y Compañía de Aerostación. El porta-hidros Dédalo aportó un dirigible de 1.500 metros cúbicos, un globo cautivo, seis hidro-aviones “Supermarine” y seis de reconocimiento.
En los barcos mercantes se hacinaban fuerzas de Infantería de Marina, del Tercio, Regulares, Mehal-la, Harkas irregulares, Compañía de Mar, Infantería peninsular, carros de asalto, Artillería, Ingenieros, Intendencia, Sanidad….. Un abigarrado surtido de uniformes, razas y religiones. En total, 17.000 hombres, de ellos 6.200 indígenas y 2.082 del Tercio. En reserva quedaron en la Península 10 Batallones.
El buque “Escolano” transportaba a los corresponsales de guerra españoles Emilio Herrero de United Press; Sánchez del Arco, del Noticiero Sevillano; Fernández de El Mediterráneo; Corrochano, de ABC; Artigas Arpón, de La Voz. Y los extranjeros Hans Theodor Ibel, de Prensa Alemana; Clarke Ashworth, de Daily Express (Londres); Rosary Drackman de la Revista Americana (Estados Unidos) y Hans Félix Wolf, de La Ilustración (Lepzig).
Igualmente eran importantes las armas , municiones y otros elementos, por lo que se embarcaron igualmente cuatro baterías de 7 cm. y 10,5, veintiuna estaciones ópticas, una unidad de pontoneros, cuatro estaciones de radio, intendencia de montaña, una sección para depósitos y panadería, dos ambulancias de montaña y dos hospitales de campaña de 100 camas cada uno. Respecto a municiones se cargaron casi 7 millones de cartuchos de fusil y 3 millones para ametralladoras. Por si había mal tiempo y surgían problemas de aprovisionamiento, se dejaron previstas en el peñón de Alhucemas 10.000 granadas de mano, unos 15.000 proyectiles de artillería y, curiosamente, 478 de gases, cuyo posible empleo posterior siempre ha producido controversias.
Respecto a la intendencia, cada individuo llevaba encima dos días de raciones en frío y en un escalón posterior, cuatro días de ranchos calientes y tres en frío, lo que supuso casi 500.000 comidas para los primeros diez días. Después, los barcos, el peñón de Alhucemas y cuatro dobles hornos de campaña, forzarían la producción de pan, mientras la Escuadra seguiría desembarcando raciones frías y calientes, distintas para cristianos y musulmanes. El agua, otro elemento indispensable, quedaba asegurada mediante los dos buques aljibe que atendían a unas 10.000 cubas. La Sanidad estaba prevista mediante los quirófanos de los dos buques hospital con 324 literas y en tierra los de campaña y 142 artolas capaces de transportar en cada viaje 284 heridos o enfermos, junto a trenes-hospital dispuestos en el sur de la Península.
Comienza la acción
Las dos escuadras se aproximaron a Alhucemas con bastante temporal de levante e hicieron algunos simulacros de desembarco, en Uad Lau la columna de Ceuta y en Sidi Dris la de Melilla, protegiéndose los barcos con cortinas de humo y bombardeando la costa. Ya frente a Axdir parte de la flota, mientras se concentraba el resto, los buques de guerra comenzaron a bombardear, según los datos sobre posibles emplazamientos que facilitó el mando del Peñón de Alhucemas. Sin embargo, desde tierra se contestó eficazmente el fuego y algunos proyectiles de artillería alcanzaron al acorazado Alfonso XIII y al también acorazado francés “París”. Poco a poco, a lo largo del 8 de Septiembre de 1925, la flota y las barcazas de desembarco fueron concentrándose frente a la costa de Beni Urriagel y Bocoya. Es preciso imaginar la sorpresa de los montañeses rifeños cuando, al amanecer ese día, se encontraron enfrente una inmensa flota de 80 barcos con 200 bocas de fuego, y casi 100 aviones surcando el cielo, mientras los globos se elevaban sobre el mar observándolo todo. Los rifeños llamaban “mata-piedras” a las bombas de los aeroplanos y la artillería, pero ahora comprobaban una efectividad inusual.
Fue la columna de Ceuta la primera en desembarcar. A las 11:40 de la mañana de aquel 8 de Septiembre de 1925, la primera oleada de barcazas K se dirigió a tierra, precedidas por una gasolinera que mandaba el capitán de fragata Boado, jefe de Estado Mayor, que reconoció la costa, eligiendo el sitio exacto del desembarco. Las harkas, Mehallas y el Tercio saltaron desde las “K” los primeros y en vanguardia, la sexta bandera con el comandante Rada al frente. La Escuadra intensificó el bombardeo y fue preciso ganar la playa con el agua al cuello y el armamento sobre las cabeza. Mientras los legionarios y tropas indígenas subían los escarpados de la playa produciéndose las primeras bajas, algunas por fuego propio, se comenzó a desembarcar el resto de la columna Saro. A las tres de la tarde se habían cubierto todos los objetivos del primer día, ocupándose 3 cañones enemigos y con las bajas de 7 jefes y oficiales y 117 de tropa.
La actividad de las Escuadras francesas y española fue decisiva. El acorazado “París”, por ejemplo, disparó 250 proyectiles de grueso calibre, 900 de 155 y unos 1.000 de 75, lo que supuso un gasto de unos dos millones de pesetas de una época en que un Comandante ganaba unas 16.000 pesetas al año. Durante cuatro horas, la tripulación de este barco permaneció encerrada soportando temperaturas bajo el grueso blindaje, de 50 grados. Por lo cercano a la costa que operaba, al alcance incluso de fusiles, no quedó nadie en cubierta, salvo los sirvientes de cañones, protegidos por sus torres. Sin embargo, a las cuatro de la tarde, cuando la bandera ya ondeaba en Morro Nuevo, la tripulación salió al aire libre a celebrarlo. Algo parecido ocurrió en otros buques.
Sobre la playa y los montes cercanos estaban ya 8.000 hombres con tres baterías y en los barcos esperaba su ocasión la columna Fernández Pérez, de Melilla
Sin embargo, aún quedaba lo peor.