Vamos a intentar un pequeño sistema de pensamiento sobre el origen de la vida, que nos sirva para adivinar una actitud frente a ese fenómeno incuestionable de la existencia.
Para ello, hay que basarse en una certeza, que nos dé seguridad. Así, podemos afirmar que no venimos al mundo por voluntad propia, sino que nuestro destino empieza por la voluntad de nuestros padres: no elegimos nacer.
Si recorremos la genealogía hacia atrás, veremos que el alumbramiento de un ser vivo nunca es por voluntad del individuo. Y así hasta llegar a la primera forma de vida, cuando habría que plantearse: ¿Hubo una voluntad anterior, la cual decidió el inicio de la vida?
(Esto es terreno de la fe, y en la explicación se entremezcla la biología evolutiva con la teología).
El caso es que abrimos los ojos a la luz y a la conciencia, y la vida se manifiesta en todo su esplendor, como el abrir de las flores en primavera. Aquí, tenemos el primer atributo de la vida: la vida es un regalo, una invitación a descubrir sus secretos y su magia (la vida es una búsqueda).
Sin embargo, la vida también impone sus condiciones, y es que el alimento es escaso, y habrá de ganarse con un esfuerzo colosal. Somos colosos, pero debilitados por la escasez, el frío y la enfermedad.
Por tanto, y dada la excepcionalidad de los condicionantes vitales, podemos definir la vida como un reto, como un desafío. Impulsados por el instinto de supervivencia, decidimos participar en la travesía del desierto, en el tránsito hacia la vida ulterior (aquí aparece la fe otra vez).
Mientras, la evolución dotó al ser humano de ingenio, de habilidad, y de inteligencia, que deberían emplearse en transformar la adversidad de la naturaleza en un entorno propicio. En última instancia, la vida es un lugar para vivir, una “tierra prometida”, y hacia allí debemos orientar nuestros pasos.
Tristemente, alguien abrió la caja de Pandora, y tuvieron sitio los desastres de las guerras, la ceguera del egoísmo y de la ambición desmedida.
Al fin, no olvidemos que somos deudores de la voluntad de nuestros padres, y que la mejor forma de pagar esa deuda, de agradecer el talento recibido, es siendo personas de bien, contribuyendo a la construcción de esa unidad de destino que es la humanidad.
En mi opinión, la actitud que debemos mostrar es de orgullo en todo aquello que nos hace crecer, pero de humildad por nuestros errores y por todo aquello que desconocemos. Solo el sabio debiera mostrarse arrogante.
Una vez se ha manifestado el destino, todos y todas somos llamados a elegir nuestro camino.